"Esta tarde, he estado en la sierra de Estepa. El cielo lucía bellos y caprichosos tonos invernales, y el contraste de sus nubes blancas y grises lo dotaba de una extraña hermosura. El sol tímidamente aparecía algunas veces, iluminando parte del paisaje estepeño"
Hacía muchos años que no iba por aquellos parajes, y hoy miraba con nostalgia la belleza de aquél entorno que me traía a la memoria los años de mi juventud, cuando casi todos los domingos, mi amigo Francisco Marchán y yo, nos íbamos andando a echar allí el día, a hacernos fotos, buscar uvas de palma cuando era su tiempo, o simplemente a deambular por una sierra que conocíamos como la palma de la mano. Después, fuimos un grupo más numeroso de amigos: Jesús Rueda, Fernando Romero, Manolo Martos… y otros más.
Entonces teníamos 17 o 18 años, y comenzábamos “furtivamente” a fumar nuestros primeros cigarrillos, y aunque yo no fui nunca un gran fumador, la complicidad de la sierra y su hermosa soledad, nos permitía que nadie nos viera “cometer” aquella terrible falta contra nuestra propia salud. Más o menos como ahora, que el fumador –y yo no lo soy–, va a tener que irse al campo como un clandestino, para poder fumarse un cigarrito sin ser perseguido como una mala bestia. La cosa ha cambiado considerablemente.
Hoy he recordado muchos momentos vividos allí. He buscado una gruta entre las rocas, cuya ubicación no recordaba bien. Y después de varias décadas, la he hallado.
En aquellos años sesenta y tantos, un grupo de varios amigos la descubrimos en nuestras excursiones-incursiones domingueras por la serranía, y entramos en ella –por cierto, con más miedo que una vieja–, cuando nos dio por practicar la espeleología, y los que nos adentramos entonces, con velas y linternas para alumbrarnos en la estrechez de sus difíciles y oscuros recodos y rajetones, hoy no podríamos pasar ni siquiera de la abertura de la entrada, que es lo más fácil –por haber perdido todos la “esbeltez” en la línea de nuestras figuras–. Y mucho menos meternos ni avanzar por aquellas rajas que la formación de la Naturaleza habrá hecho en la piedra, hace millones de años.
Pero lo más curioso, es que cuando entramos y nos metimos arrastrando en la profundidad y angostura de sus recovecos –con mucho miedo por si nos salía cualquier zorro o murciélago asustado y nos atacaba arañándonos o mordiéndonos –, al llegar a un sitio muy hondo y difícil de acceder, nuestra sorpresa fue mayúscula; allí nos encontramos restos de velas, cuerdas, martillos y piquetas, que no eran por cierto de los hombres prehistóricos..., sino de otro grupo de locos aventureros de tres al cuarto, como nosotros, que antes ya había “habitado” tan estrecha cueva, y había puesto sus pies (o mejor, sus barrigas, pues había que entrar arrastrándose) en aquellas profundas oquedades hechas a varios metros bajo el suelo. De locos.
Pero así éramos. A nadie hacíamos daño con nuestras aventuras; lo mismo nos daba descender a la oscura y estrecha gruta, que subir escalando peligrosamente y sin buenas cuerdas, a una cueva que hay en la pared en medio del Tajo Montero. De chiflados.
Pero la falta más grave que cometíamos, era fumarnos a escondidas de nuestros padres algún pitillo… y nada más.
Eran otros tiempos, y los jóvenes, éramos más tontos, o más inocentes e inofensivos.
Nosotros hemos cambiado, pero hoy he visto que la sierra sigue igual de hermosa que entonces lo era en esta época del año, en que se puede ir a ella, preferentemente en otoño e invierno, que no hace calor, para disfrutar de su silencio, de la belleza de los almendros repletos de flores blancas, de su paz y extraña soledad que te invita a mirar, a escuchar sus sonidos; el suave canto de algunos pájaros, el graznido de otros que anidan en las grietas de las casi inaccesibles paredes rocosas, el susurro del viento al pasar entre los viejos árboles y las piedras de caprichosas formas, los animalillos que habitan por los agujeros o los conejos que corren, y algunas cabras salvajes que me han dicho que hay…
Si puedes, ven a conocer Estepa, no dejes de visitar sus calles y plazas, su rico Patrimonio monumental, gastronómico y paisajístico.
Escápate al campo, a sus bellos parajes, a sus sierras; pero respétalas, disfrútala y no hagas daño a la Naturaleza.
Otros nos lo agradecerán.