Es un mal que muchos padecen.
La libertad en
todos sus amplios ámbitos y conceptos: de pensamiento, de elección de ideas, de
expresión hablada o escrita, reunión, religión, etc., es a mi juicio uno de los
dones más hermosos de todos los que ostenta y adornan el espíritu del ser humano.
Desde que éste se asoma al mundo, la libertad es una
gracia innata en él, la trae dada por Dios, la Naturaleza o lo que quiera
que sea que se la ha regalado; pero aquellos que son intolerantes e
intransigentes con las distintas corrientes del pensamiento o ideales de los
demás, -y que no se corresponden con los de ellos-, se obstinan en robar a
otros algo tan sagrado, algo que a esos cleptómanos de las libertades no les
pertenece. Pero esa es la condición humana y así es y actúa con sus congéneres,
a los que algunos someten y humillan porque se creen más fuertes y con el
derecho adquirido tan sólo por el poder, para hacer su voluntad violando
derechos ajenos incuestionables, para los que nadie les ha dado la facultad de
pisotear.
El hombre siempre nació y nace libre y desnudo de
joyas, ropajes, oropeles, idearios, odios, consignas o prejuicios; pero a lo
largo de la historia, y lamentablemente en la actualidad, vemos que otros a los
que nadie sabe qué o quiénes les dio el poder, intentan coartarle la libertad
que utópicamente debería disfrutar; lo educó e intenta educar en su religión e
ideas, lo doblegó y doblega, lo encadenó y encadena, lo encarceló y encarcela…,
lo censuró…, y aún censura.
Las viejas y viciadas costumbres de nuestra sociedad
nunca acaban de desaparecer, y menos aún, si éstas son perniciosas para el ser
humano. Prevalecen en aquellas personas, grupos poderosos y entes que desde su
pedestal de poder, desprecian a quienes consideran distintos a ellos y no son
capaces de respetar el sagrado don de la libertad que posee el hombre; que
viene con el marchamo que se le asignó al nacer, y del que nadie debería ser
dueño y señor con ningún derecho para quitarlo o pisotearlo.
Pero la intransigencia es férrea enemiga
irreconciliable de la tolerancia; ambas, -defecto o cualidad humanas-, no casan
ni pueden darse en la misma persona que posea una de esas tendencias; son como
el aceite y el agua, algo que ambas materias desprecian entre sí, y con las que
no se unirán nunca.
La intransigencia y el hombre que la ejerza, siempre
lucharán contra la tolerancia y aquéllos que desde sus propias convicciones la
practiquen en favor de otros hombres y de una sociedad pretendidamente mejorada,
sin complejos ni prejuicios, sin odios, rencores, imposiciones o injerencias en
los derechos adquiridos por las personas, y en los espacios de la independencia
del pensamiento de los demás.
En definitiva: en libertad.
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