___________________________
EN HOMENAJE A UN AMIGO
Más de un año hace, que Marcelo me envió este relato para que lo leyera.
Y así lo hice.
Y así lo hice.
Pero ayer volví a leerlo más pausadamente, recreándome en él, disfrutando de su lectura, imaginando a mi amigo en sus paseos por las calles del gran Buenos Aires, en aquellos lejanos años de su periplo estudiantil por la capital de la República Argentina.
Me gustó la historia que en él se narra, y al acabar de leerlo, le escribí una carta pidiendo su autorización para publicarlo en este blog. Unas horas después, recibí un correo electrónico autorizándome su publicación.
Así, ustedes igual que yo, podrán ahora disfrutar de su lectura.
Gracias, mi querido amigo Marcelo, por enviarme su escrito, por compartirlo conmigo, y dejarme editarlo para disfrute propio y de las personas amantes de la literatura que visitan este sitio.
Conocerle y gozar de su amistad, es un honor para mí.
Mi gratitud, va unida a un fuerte abrazo.
Antonio Rodríguez Crujera
DESDE LA ALCAZABA
Estepa, (Sevilla)
**************************************************************************************
____________________________________________________
Marcelo Daniel Fernández, autor de este relato, en la presentación de su libro "Las puertas del paraíso" |
Don Marcelo Daniel Fernández ha desarrollado una amplia acción en la actividad cultural provincial y nacional desde fines de 1960 hasta la fecha, en el periodismo, la docencia, la investigación, la literatura, la crítica artística y como funcionario cultural (se desempeñó como director de Cultura municipal, subsecretario de Cultura de
del Museo de Bellas Artes).
Es delegado académico dela Academia Nacional
de Bellas Artes y es miembro de la
Junta de la
Historia y del Instituto de Investigaciones Históricas y
Culturales de Corrientes, de la Sociedad Argentina de Escritores, de la Junta de Historia de Goya,
de la Asociación
de Periodistas, entre otras instituciones provinciales y nacionales.
Tiene publicados numerosos libros:
“El constructor de catedrales” (UNNE) 1996; “La casa celeste de la esquina” (El Mariscal y Moglia Ediciones), 1997 y 2002; “Encuentros en Paraty” (Eudene) 1997; y “El retratista” (Moglia Ediciones) 2004, "Las Puertas del Paraíso", entre otras.
Es delegado académico de
Tiene publicados numerosos libros:
“El constructor de catedrales” (UNNE) 1996; “La casa celeste de la esquina” (El Mariscal y Moglia Ediciones), 1997 y 2002; “Encuentros en Paraty” (Eudene) 1997; y “El retratista” (Moglia Ediciones) 2004, "Las Puertas del Paraíso", entre otras.
A esta
producción debe sumarse una decena de publicaciones relacionadas con la cultura
y las artes plásticas de Corrientes.
Fuente:
Moni Munilla -Diario El Litoral-29/VII/2010
______________________________________________________
"EL CRISTO DE RAÍZ"
Por Marcelo Daniel
Fernández
____________________________
La historia comienza cuando vivía en Buenos Aires, a
fines de la década de 1950. Historia normal de los estudiantes del interior que
se aventuraban en los claustros que sus ciudades no ofrecían: facultad y
trabajo. Y aquella célula fundamental que era la pensión, institución
imprescindible y receptora de sueños y frustraciones compartidas. Jungla
aterrorizante, al principio, como imposible contrapartida de la lejana pasividad
provinciana y familiar; luego, con el transcurso del tiempo, cálido reducto en
el que la obligada convivencia inspiraba las solidaridades más increíbles.
Vida de estudiante que devenía, en un plano,
rudimentariamente, y en otro, casi insensible, forjando experiencias personales
que iban marcando el destino de nuestras vidas. En este plano, mientras en el
primero se iban difuminando sus primigenios objetivos (con el consabido alerta
de la esperanzada familia), la alternativa del noviazgo en serio se planteó
forzosamente en una personalidad sensible y solitaria como la mía. Y cuando las
ataduras se soltaron del compromiso contraído con una vocación poco
convincente, la meta insegura del matrimonio fue adquiriendo características de
tabla de salvación moral, de posibilidad redentora de todas, entonces creía,
mis aspiraciones emocionales. La relación con ella se consolidó en la mutua
soledad y en la esperanza de un porvenir compartido.
Entonces, mi condición de empleado público no
albergaba otro destino que el de regodearse con las bondades de un futuro
incierto.
Avenida Santa Fe, casi esquina Callao |
El cotidiano paseo por el centro de Buenos Aires, el cafecito nuestro
de cada día, la ensoñación que nos provocaban las vidrieras de la Avenida Santa Fe…
Fue
allí, en un pequeño local de una de sus galerías, a pocos pasos de Callao,
donde lo vimos por primera vez, en un rincón de su única vidriera.
El Cristo crucificado. Construido sabiamente,
exclusivamente con raíces, impactando con un expresionismo verdaderamente
sobrecogedor, colgado como el homónimo de San Juan de la Cruz de Dalí, en el centro de
la peculiar escena. Sólo formas retorcidas promovían, en su extraordinaria
elementalidad, ese dolor profundo y desolado al que se puede llegar cuando el
sufrimiento es la clave de su creación y también el motivo verdadero de quienes
se detienen para admirarlo. Clave del arte, como artesanía intermediaria de una
comunicación dolorosa con nuestro Dios personal.
No nos animamos a averiguar su precio, no estábamos en
condiciones siquiera de pensarlo. Pero desde ese momento empezó a formar parte
de nuestras ilusiones, a punto de constituirse, poco a poco en obsesión.
EL CRISTO DE RAÍZ Protagonista de este relato |
El
paseo cotidiano se convirtió en una peregrinación obligada a la galería para
cumplir con el rito de la visita de “nuestro Cristo”, al que considerábamos
esperándonos detrás de la vidriera.
Hasta que, luego de casi dos meses de persistir en
esta peculiar experiencia (a la cual se iba asociando con mayor intensidad la
angustia de dejar de verlo algún día), la dueña del local nos invitó
amablemente a ingresar en el local.
Nos dijo que para ella constituíamos ya parte de su
trabajo diario, que hasta nos esperaba que apareciéramos frente a su local y se
sobresaltaba cuando no concurríamos.
Sabía –por experiencia comercial–, el
motivo de nuestra presencia e imaginaba las circunstancias que impedían la
concreción de un evidente muy caro anhelo. Nos propuso un trato razonable,
expresándose con mucho afecto, hasta diría con cierta emoción.
“Se trata de una obra única de un artesano muy
particular que, por razones muy personales, prefiere ocultar su nombre y su
domicilio…En realidad, nos reconoció que sólo hizo dos Cristos similares en su
vida, uno de los cuales se los regaló a su madre…”. “El precio actual de esta
obra es actualmente de….pesos, teniéndose en cuenta, aparte de su calidad
artística, la ubicación del negocio donde se lo vende y la ornamentación que lo
rodea”. (Absolutamente inaccesible para nosotros) “El precio seguirá subiendo
con el tiempo, porque existe bastante demanda aunque es un producto caro de
difícil adquisición…No obstante me comprometo ante ustedes, que han demostrado
verdadero afecto por esta obra, mantener el precio actual, pero solamente para
ustedes, aunque el precio siga elevándose. Los esperaré hasta cuando hayan
ahorrado o conseguido el dinero que ahora fijamos…Espero que sea pronto…lamento
no poder reservárselos”.
Mientras nos acercábamos a la cifra, con bastantes
sacrificios, mantuvimos constante nuestras visitas al íntimo y personal
santuario. Ahora la angustia fue transformándose en desesperación. Llegábamos
apresuradamente al local con palpitaciones crecientes, y ante su querida figura
sonreíamos nerviosamente como si necesitáramos tal comprobación para seguir
viviendo.
Pasado un tiempo alcanzamos reunir la cantidad
estipulada. Pero el día que concurrimos para, por fin, comprarlo a “nuestro
Cristo”, se nos detuvo el mundo. No estaba colgado detrás de la vidriera…La
compungida vendedora fue concluyente y lo dijo sin mirarnos: “El artista, que
era su propietario, lo retiró esta mañana…no quiso entender razones…” Como les
dije nadie conoce su paradero. De aquel rincón tan entrañable salimos para
sumergirnos en una ciudad absolutamente incomprensible, desposeídos de la clave
que hubiera dulcificado nuestras mutuas soledades.
Pasaron casi diez años de aquella dramática
experiencia. La revelación se produjo cuando estaba sentado frente a mi máquina
de escribir, en la redacción del diario donde trabajaba en mi ciudad natal. Un
hombre desgarbado, de rostro amargo, se acercó y me dijo: “Me mandan de la Dirección de Cultura
porque mañana se inaugura una exposición de mis obras en el salón de este
diario…Me recomendaron a usted para que me hiciera una nota…” Mientras subíamos
al salón me comentó “que se trataba de piezas realizadas con raíces de árboles…Me
detuve para preguntarle, visiblemente intrigado: “¿Por casualidad usted expuso
hace años en un local de una galería de la Avenida Santa Fe y
Callao, en Buenos Aires…?” Antes que me contestara ya obtuve la sorprendente
respuesta al trasponer el último escalón antes de ingresar al salón de
exposición y divisar, perfectamente iluminado, nuestro Cristo colgado en una de
sus paredes.
-“Efectivamente, expuse en ese local un tiempo hasta
que la única obra que había presentado allí, un Cristo de raíz que me costó
mucho trabajo y era único, no pudo venderse y la retiré con verdadero dolor
porque estaba necesitado…Un Cristo hechizado…porque tampoco se vendió
después…Es el que usted tiene a la vista…”. Ocultando mi emoción, al menos así
pensé en ese momento, dije para mis adentros “Espero que ahora no se me
escape…que pueda obtener el dinero suficiente para adquirirlo…”. Recordé
entonces que las circunstancias de mi existencia habían cambiado con los años y
me encontraba absolutamente solo. No obstante lo cual pude reunir el valor para
adquirir, por fin, el Cristo de raíz, llegado milagrosamente hasta mi propia
presencia, a la mañana siguiente temprano ni bien se abrieran las puertas del
diario. Era imposible que este Cristo se me volviera a escapar.
Y se escapó por segunda vez, aunque parezca mentira. A
la mañana siguiente, cuando todavía nadie se encontraba en el diario, salvo
algún ordenanza, subí con cierta desesperación las escaleras que llevaban al
salón de exposición, abrí con fuerza sus puertas y ¡Lo encontré totalmente
vacío! Ante mi desconcierto, el ordenanza me informó: El artista vino muy
temprano, guardó todas sus obras y se las llevó…sin avisar a nadie.
Me encaminé, sin mucha esperanza, a la Dirección de Cultura
para solicitarle alguna información a su directora, una querida amiga mía,
quien se encontraba muy alterada. El raicista, le acababan de informar, no
solamente se había llevado todas las piezas de su producción temprano –dejando sin efecto su acto de inauguración
previsto para esa tarde y el consiguiente protocolo oficial–, sino dejado una
cuenta importante en el hotel donde lo hospedaron, de gastos extras. Nadie pudo
dar fe del procedimiento que utilizó para escaparse sin ser visto.
Esa tarde, padeciendo los efectos de una gran
tristeza, prácticamente sin intentar siquiera escribir alguna nota que
reemplazara el espacio destinado a la exposición del artista misterioso, un
ordenanza se acercó a mi mesa de trabajo portando un envoltorio mediano en
papel madera. “Lo trajeron para vos hace un rato, para el que escribe sobre
arte, no mencionaron tu nombre”.
Al empezar a desgarrar dicho paquete con una inquietud
desacostumbrada me percaté inmediatamente de su extraordinario contenido: los
desgarrados brazos de mi Cristo asomaban como si quisieran abrazarme para siempre.
“En reconocimiento a su paciencia por haberme esperado tantos años” decía la
tarjeta que lo acompañaba, sin identificación visible.
Hasta hoy preside la
pared sobre mi cama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario