__________________
En aquél terrible momento, a Jesús le invade el temor y se siente solo, desamparado y olvidado por el Padre: “Hacia la hora nona, gritó Jesús con
fuerte voz: Eloí, Eloí, ¿lamá sabajthani? (Que quiere decir: Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?)
Pero el mayor
ejemplo de generosidad, entrega y amor a los hombres, lo da Cristo en esas horas que
permanece colgado del madero; clavados sus pies y manos, traspasada su carne
inocente por inhumanos clavos de hierro que lo sujetan a la cruz, después de
sufrir toda la humillación, el escarnio, los golpes de los flagelos que
arrancan su piel, la colocación en su cabeza de una corona trenzada de espinas,
la subida al Gólgota cargando el peso de la cruz, la lanzada en su costado… y
la muerte más cruenta que puede darse a un ser humano, por asfixia y
agotamiento.
Pero aun
habiendo sufrido tanto dolor ocasionado por los hombres, el Jesús reo de muerte, en sus
últimos momentos pide al Padre que absuelva las culpas de sus verdugos,
dándonos con ello un ejemplo que nos muestra su magnánima indulgencia.
Ese es, el
Cristo del Perdón; un
condenado a muerte, un hombre debilitado que al fin consigue llegar al Calvario donde le
esperan veteranos y rudos legionarios romanos expertos en aplicar esta tortura, y
encargados de hacer cumplir la sentencia dictada por el gobernador Pilato, llevando a cabo la ejecución del condenado.
Y así, entre los
gritos de dolor, angustia y miedo, los insultos, empujones y golpes, preparan al reo, lo agarran
fuertemente, lo tumban desnudo con el cuerpo herido y sangrando, apoyada su
desgarrada espalda sobre el áspero y astillado
madero.
Los clavos traspasan
primero sus muñecas, y el Cristo queda clavado al palo horizontal llamado
“patíbulum”, que alzan luego para colgarlo en el “estípite” o madero vertical
que formará la cruz hincada en la tierra.
Después clavarán sus pies con
precisos golpes fuertes y secos, que hieren los oídos y estremecen el alma de
quienes escuchan retumbar el eco del martillo en el aire de Jerusalén, que
llora al oír los gritos de angustia y dolor que salen de la garganta del
crucificado tras cada martillazo sin piedad, sobre los hierros que desgarran su
carne.
Y allí lo dejan a la espera de una muerte lenta.
¿Había para Él,
castigo más inhumano y denigrante?
“Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a
Jesús y a los criminales, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y se repartieron sus
vestidos a suertes”.
Esa es, la
gran generosidad del Cristo del Perdón, del Hijo de Dios hecho Hombre que perdona al hombre, que busca la paz y el amor, y que enseñó a las multitudes que le seguían por los polvorientos caminos de las tierras de Judea, para oír de sus labios palabras como éstas: “Yo os digo a vosotros que me escucháis: Amad a vuestros
enemigos; haced el bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen;
orad por los que os calumnian” “Sabéis que se dijo: ojo por ojo y diente por
diente. Pero yo os digo que no hagáis frente al que os ataca. Al contrario, al
que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra; y al que te
quiera llevar a juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; al que
te obligue a ir con él un kilómetro, vete con él dos”.
Como cada año, por estos días conmemoramos la Pasión de Jesús, recordando al Hombre que revolucionó al Mundo con sus enseñanzas y su verbo a veces implacable contra los más poderosos; aquéllos que le llevaron a morir en una cruz.
____________________
No hay comentarios:
Publicar un comentario