El pasado nueve de diciembre, Estepa tuvo ocasión de disfrutar de un magnífico concierto musical con la actuación de varios coros y la banda de música "Amigos de la Música de Estepa".
Entre las diferentes piezas musicales que se interpretaron, se leyeron también unos textos de mi autoría, que sirvieron para incluir en dicho concierto varios pasajes históricos, relativos a la Historia de Estepa y su conquista, la Orden de Caballería de Santiago, la Encomienda Santiaguista, sus personajes más significativos... etc, etc.
Dicho concierto se celebró en el marco incomparable e histórico de la iglesia de Santa María la Mayor y Matriz de Estepa, -en la que se reflejan innumerables huellas de su pasado Santiaguista-, y donde asistió un gran número de estepeños que ocupó todo el templo.
Conciero que estuvo enmarcado dentro de los actos que durante este año se han venido desarrollando para conmemorar el 750 aniversario de la Encomienda Santiaguista de Estepa, que como sabemos, comenzó su andadura el 24 de septiembre del año 1267, con la entrega de nuestro castillo, su villa y sus tierras a la Orden de Santiago, merced al Privilegio de Donación que el rey don Alfonso X entregó en Sevilla al que era entonces el Maestre de dicha Orden, don Pelay Pérez Correa.
Hoy, quiero publicar aquí dichos textos leídos e interpretados durante el concierto, para que puedan ser conocidos por las personas que no pudieron asistir al mismo.
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ORÍGENES DE
LA ORDEN MILITAR DE SANTIAGO
(1)
Experimentado caballero,
guerrero y freire he sido en tiempos pasados; viejo ya, a mis años me hallo en
el retiro descansando de las fatigas de las guerras, las cabalgadas y
escaramuzas contra el enemigo musulmán que usurpa nuestro suelo.
Ahora, soy custodio de antiguos libros, códices y
tratados, extractos y obras escritas que conservo y cuido en la biblioteca de
la Casa Matriz que mi Orden tiene en el castillo y monasterio de la ciudad de
Uclés, cerca de Cuenca, y en el convento de San Marcos, allá en la ciudad de
León.
Dicen los añosos legajos que
permanecen en los viejos y empolvados archivos de las bibliotecas dormitando en
la quietud de la noche de los tiempos, y cuyas páginas nos transmiten la
Historia pasada, que fue en la ciudad de Cáceres, en el reino de León, donde se
llevó a cabo la fundación de la benemérita Orden Militar de Santiago de la
Espada.
En dichos pliegos y
documentos, se dice que Nuestra Orden quedó constituida militarmente, el 29 de
julio del año 1170, bajo los reales favores y amparos del cetro y la corona de
su creador, el rey Fernando II de León.
Este monarca y
el obispo
de Salamanca,
don Pedro Suárez de Deza, encomendaron a un
grupo de trece caballeros conocidos como los “Fratres” o “Caballeros de
Cáceres”, la protección de aquélla ciudad, quedando así, fundada y
establecida la Orden castrense de Santiago, que no obstante nacida en el reino
de León, dos años después, en 1172 ya se había extendido al reino de Castilla.
Estos caballeros, años más tarde cambiarían su nombre por el de “Freires de
Santiago”.
Si bien es verdad que en otros muy
antiguos documentos se dice que en los tiempos del rey don Fernando I de
Castilla y de León, a partir del año 1035, se menciona a los Caballeros de
Santiago, reflejando las actas y crónicas de aquéllos tiempos, que por esos
años primeros del siglo XI, ya tenía nuestra Orden Maestre y Comendadores.
Creóse esta milicia
de caballeros muy cristianos y guerreros, con el fin de proteger el Camino de
Santiago y luchar contra los musulmanes.
Cinco años
después, vino la fundación religiosa atribuida al rey Alfonso VIII de Castilla, con la aprobación del
papa Alejandro III,
mediante bula
otorgada el 5 de
julio de 1175
en Ferentino,
cerca de Roma.
Aquéllos caballeros fundadores y hermanos
míos, arrepentidos de la vida licenciosa que habían llevado, se unieron bajo
unas mismas Ordenanzas y decidieron formar una congregación para proteger a los
peregrinos que visitaban el sepulcro del Apóstol Santiago
en Galicia, y guardar de los moros las
fronteras de los reinos cristianos.
Y así lo expresa el rey Fernando II de
León en el encabezamiento de una carta de donación fechada en 1181, y otorgada
a don Pedro Fernández de Fuenteencalada, el primer Maestre del Orden, a quien
así le dice: “Por esta razón yo Rey Don
Fernando II, junto con mi hijo el Rey Don Alfonso, sabiendo que la Orden
Militar de Santiago, creada específicamente para contener la arrogancia de los
enemigos de la Cruz de Cristo y para extender la gloria del nombre de Cristo
por Hispania, etc. etc…”
¡Ah, qué grandes recordaciones de contiendas,
batallas y acometimientos pudieron ver mis ojos!
Cuán heroicos fueron los Maestres de mi
Orden, siempre a la cabeza de los ejércitos cristianos, seguidos de sus
“Treces”, Comendadores, Caballeros y Freires, todos ellos prestos a la lucha tan
pronto como eran requeridos; así salían a batallar en peligrosas campañas y en
sólidas formaciones que componían las huestes santiaguistas.
Continuamente en la vanguardia, de esa
forma hizo siempre la primera Orden de Caballería española su glorioso
recorrido por tierras que fueron suyas tras serles arrebatadas a los árabes.
Los cascos de sus briosas caballerías y las botas de los hombres que las
montaban, hollaron valientes las tierras regadas con sangre cristiana, que
habiendo sido ya reconquistadas pasaron a pertenecer a los dominios reales, siendo
tras las guerras y conquistas donadas por los monarcas de Castilla y León a sus
Nobles, Caballeros, Obispos y Órdenes Militares.
Así sucedió entre otras, con las tierras,
el castillo y la villa de Estepa, que veintiséis años después de su conquista,
pasaron a convertirse en una de las Encomiendas de la gloriosa Orden de
Santiago.
HISN ISTABBA, LA BELLA MEDINA FRONTERIZA,
SE HACE CRISTIANA
(1241)
(2)
Mi nombre es Abdel Rahmân, que
quiere decir, “Sirviente del Misericordioso”.
Me siento joven trovador al que
gusta componer bellos romances y loas, y cantor que se deleita acompañando sus
versos con el sonar de las cuerdas de la cítara, al compás de armoniosos
acordes.
Nací en el seno de una familia que
desde generaciones atrás, ha vivido en la pequeña pero preciosa medina de
Istabba, fronteriza con el reino cristiano, donde siempre he vivido con mis
padres y hermanos.
Era un hermoso y soleado día del año 1241. El castillo y la medina
llevaban muchos días asediados; cerradas sus puertas y rodeadas las murallas
por las tropas del rey leonés, que hizo plantar sus reales en la parte oriental
de la fortaleza, impidiéndonos beber el agua de una fuente llamada de “la
Coracha”.
Los aljibes estaban secos, el trigo y otras provisiones ya faltaban en
los silos del castillo y en las alacenas de las casas. Animales y personas
sufríamos grande necesidad.
Desde el pequeño oasis de paz de mi huerto, suelo oír al Almuecín que a
diario, asomado al balcón del alminar de la cercana mezquita junto a la
Alcazaba, propaga a los vientos su voz potente convocando a los fieles para el
rezo de las oraciones a Alá.
Ese día al oír su llamada, en el mismo huerto me dispuse a orar el Salát
ad-Duhà; la plegaria que se reza sobre media mañana. Y orientando la mirada
hacia el sureste, de rodillas y con la frente apoyada en la tierra, pedí a Al-lāh que terminara pronto nuestra angustiosa
situación.
Después de mis oraciones, con el sopor del caluroso día caí en una
especie de letargo bajo la fresca sombra de la parra. En mi aturdimiento,
pensaba que a causa de la guerra con los cristianos en su cruzada de reconquista
de los territorios de al-Ándalus, tal vez tendría que verme obligado a
abandonar mi querida Istabba; y pensando en ello con tristeza, quedé dormido.
Tras un rato de ensueños y quimeras, me despertó un enorme griterío
acompañado de estruendos y sonidos de chirimías, dulzainas, atabales y otros
instrumentos. Salí de mi casa y corrí hasta un lugar elevado, desde donde pude
ver al victorioso rey don Fernando cabalgando al frente de sus tropas sobre su
hermoso corcel blanco, en cuya silla llevaba sujeta ante él, una pequeña imagen
de María; la madre del Dios de los cristianos.
Su cabeza iba ceñida con regia y áurea corona, el cuerpo cubierto por
bruñida armadura que con el Sol irradiaba dorados destellos, y de su real
cintura, colgábale una hermosa espada que parecía estar hecha de la más pura
plata y el mejor y más reluciente oro del mundo.
Comprendí entonces con pesar, que la fortaleza de Istabba después de
una dura resistencia, aquél día se vio en la necesidad de pactar su entrega por
capitulación, obligada por la sed y el hambre.
El rey cristiano marchaba escoltado por una multitudinaria comitiva de peones
de infantería bien pertrechados, que le seguían y aclamaban, y por caballeros y
nobles de su séquito portando el Real Pendón de su majestad, los estandartes
cristianos y los blasones de los reinos de León y de Castilla, cabalgando sobre
hermosos y recios alazanes.
Todos ellos se dirigían a lo más alto del Cerro, al centro de la
medina, subiendo por un empinado carril después de haber hecho su entrada en
ella por una de sus puertas: la llamada “El postigo de la villa”, en el lado de
Oriente.
Tras tomar las llaves que le fueron entregadas por el cadí y el alcalde
de la fortaleza, dirigióse después junto a su séquito hasta la mezquita o
aljama, la cual, mandó consagrar para el rito cristiano bajo el nombre de la Señora
Santa María.
Su real persona fue magnánima con los habitantes de la población, y
después de entregar la villa a sus caballeros, firmó real cédula por la que nos
permitía seguir habitando en nuestra querida Istabba; a la que tanto amo, y que
por ella muero.
.
¡Ay, mi Istabba hermosa y blanca!
la pena está en mi garganta
y aún así, te hago canción.
¿Qué será del trovador sin poder vivir en
ti?
si siempre te llevo en mí:
¡muy hondo, en el corazón!
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PRIVILEGIO
DE DONACIÓN DE ESTEPA,
A
DON PELAY PÉREZ CORREA,
MAESTRE
DE LA ORDEN MILITAR DE SANTIAGO
(3)
El rey don Alonso me ha
convocado a su Corte en el Real Alcázar de la ciudad de Sevilla.
Años ha, fui caballero que
sirvió fielmente a su padre, el rey don Fernando III; señor a quien con mi
sangre, mi espada y consejo, ayudé a conquistar muchas ciudades, villas y
tierras por todas las posesiones moras de al-Ándalus; y ahora, con igual
fidelidad sirvo a su hijo, don Alonso X.
El deber me llama ante su
presencia para recibir de sus manos el Privilegio de Donación del castillo de
Estepa y sus territorios, a favor de la Orden de Santiago, de la que soy su
Maestre.
Acudí a su requerimiento, y
ante su séquito y en presencia de muchos nobles y caballeros de la Orden
venidos hasta Sevilla desde otras lejanas tierras del reino, posé mi rodilla en
el suelo en señal de acatamiento a su real persona. Una vez todos reunidos en
torno al trono real en el gran salón de audiencias del Palacio Gótico, se dio
lectura al Real Privilegio de Donación, merced al cual, en mi persona; el
decimocuarto Maestre de la Orden de Santiago, Pelay Pérez Correa, se otorgaba a
nuestra Orden de Santiago el antes mentado real Privilegio de Donación de la
villa, el castillo y las tierras de Estepa, a la Orden que yo gobierno.
Era un sábado día 24 de
septiembre del año del Señor 1267. Un escribano secretario del rey don Alonso,
en presencia de la Corte, los obispos y demás Nobles y Caballeros presentes,
dio lectura al extenso documento del cual os leo sólo una parte del principio,
que dice así:
“Sepan cuantos este privilegio vieren, cómo Nos don
Alonso, por la gracia de Dios, rey de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia,
de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, de Algarve; en uno con la reina
Violante mi mujer, y con nuestros hijos el infante don Fernando, primero y
heredero, y con don Sancho y don Juan. Por gran favor que habemos de hacer bien
y merced a la Orden de la Caballería de Santiago, y por servicios que nos
hicieron y harán, damos y otorgamos a don Pelay Pérez, maestre de esta mesma Orden,
y a todos los frailes que ahora son y a los que serán de aquí adelante por
siempre jamás el Castillo de Estepa con todos sus términos, con montes, con
fuentes, con ríos, con pastos, con todas sus entradas y salidas, y con todas
sus pertenencias, que lo halla todo libre y quito por juro de heredad para
siempre, para hacer de ello lo que quisieren, como de lo que es de su Orden; en
tal manera que lo non puedan dar, ni enajenar en ninguna manera a ome que sea
fuera de nuestro señorío, ni a otro, mas que finque siempre en la Orden para
hacer juicio de él a Nos y a todos aquellos que reinarán después de Nos en
Castilla y en León”. etc. etc. “Y porque
eso sea firme y estable mandamos sellar este privilegio con nuestro sello de
plomo. Hecho el privilegio en Sevilla
por nuestro mandato sábado veinte y cuatro días andados del mes de septiembre
del año 1267”.
Y así, desta forma fue como
mi señor el rey, dejó en las manos deste Maestre Pelay Pérez Correa, los
destinos, el gobierno y la defensa desta villa y su castillo, que de agora en
adelante pasarán a pertenecer a la Orden Militar de Santiago, creándose en este
suelo la Encomienda Santiaguista que llevará por nombre, el de esta villa de
Estepa.
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LLEGADA A ESTEPA, DEL MAESTRE DON LORENZO SUÁREZ DE FIGUEROA
(4)
¡Por
ahí llegan!
Gritaban
los niños a los soldados y a sus padres, asomados entre las almenas de las
murallas del castillo, señalando el carril por donde las mesnadas Santiaguistas
con su Maestre a la cabeza, remontaban la pendiente que les encaminaba hasta
las recias puertas de entrada a la fortificación.
No
lo recuerdo bien, pero pudo ser entre el invierno y la primavera de 1388,
cuando al caer la tarde de aquél día, el sol se encaminaba a esconderse tras
los Tajillos de la sierra; allá donde un manantial hace correr agua muy fresca.
Abundantes
huestes de hidalgos de la Orden, llegaban a Estepa ataviados con vestiduras de
blancos hábitos con roja cruz sobre el pecho, y níveas capas que desde sus
hombros, se dejaban caer cubriendo las zancas o culatas de sus briosas cabalgaduras.
Así aparecieron los aguerridos caballeros avanzando lentamente montados sobre
sus corceles; lanzas en las manos apuntando al cielo y adornadas con
gallardetes en los que lucían las cinco hojas de higuera de los Figueroa;
espuelas doradas, que les fueron impuestas en la ceremonia de su nombramiento
como caballeros; cotas de malla bajo el yelmo; recias y bien templadas espadas
toledanas colgadas de la cintura, y escudos con la cruz insignia de la orden, prendidos
del arzón de sus caballerías.
Venían
de las tierras de Extremadura, cansados ya del duro y agotador viaje de largas y
frías jornadas en días invernales. Cumplían la misión de visitar las posesiones
de la Orden en el territorio de la Encomienda de la villa de Estepa y su
castillo, tras haber sido elegido don Lorenzo Suárez de Figueroa, a la edad de
cuarenta y cuatro años, como trigésimo tercer Maestre de la Orden Militar de
Santiago, el 28 de octubre del año 1387 en Mérida, la ciudad de donde llegaban.
El
nuevo Maestre y sus caballeros visitaban la Encomienda de Estepa para observar
el estado de su fortaleza, y si era menester, mejorar y afianzar sus defensas
recreciendo murallas y torreones, y acometer la construcción de una fuerte y gallarda
torre que defendiera la parte estratégicamente más vulnerable y expuesta a los
ataques del enemigo.
.
Van camino del castillo;
de blanco los caballeros,
con roja cruz en los pechos
sobre cien corceles bravos,
que arrancan piedras del suelo.
.
El carril que va hasta el Cerro
Resuena a su paso lento.
A la cabeza, el Maestre
Suárez de Figueroa,
Al que llaman don Lorenzo.
.
A robustecer murallas
y torres del baluarte,
que aguantaron con coraje,
y a facer viene una torre
que llamen del Homenaje.
.
Para mayor Gloria de Dios,
honra de Enrique tercero
y en honor a Santiago,
honra de Enrique tercero
y en honor a Santiago,
su Orden y caballeros:
Yo, don Lorenzo Suárez de Figueroa
Maestre de Santiago,
Maestre de Santiago,
mando facer una torre
en la Encomienda de Estepa,
en la Encomienda de Estepa,
por protección del castillo
de la villa y de sus tierras,
de la villa y de sus tierras,
que resguarde de los moros
sus lugares y fronteras.
.
Y quien quisiere saber
Y quien quisiere saber
cuánto su costo será,
faga otra igual a ella,
faga otra igual a ella,
y así de saberlo ha.
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Estepa, diciembre de 2017
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