SOR
ELISA DE SAN JOSÉ
MADRE CLARISA ESTEPEÑA
Sierva de Dios, modelo
de vida ejemplar y virtudes espirituales
1883-1953
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En el patio del convento, (1911) con 28 años de edad |
La joven Elisa Machuca
Cordero, desde siempre manifestó fervientes deseos y verdadera vocación de
vestir un día el santo hábito franciscano y abrazar con todo su amor las reglas
de la Orden de Santa Clara de Jesús, para vivir en la clausura de nuestro
monasterio estepeño una vida sencilla, austera, de recogimiento y religiosidad,
con la alegría, abnegación y entrega propias de las personas piadosas.
Dª Emilia Cordero Tienda (madre) |
D. José Machuca Torralba (padre) |
Nació Elisa en el año 1883 en
el seno de una honrada y muy numerosa familia estepeña, cuyos padres eran: don
José Machuca Torralba y doña Emilia Cordero Tienda. Elisa fue la novena de los
10 hijos habidos en el matrimonio.
Era tía de don Antonio, don
José y doña Emilia Simón Machuca, (ya fallecidos). Y tía-abuela de: Matilde,
Elisa y José Simón del Pozo, y de Manolita y Eduardo Simón Sánchez. Además hay
en Estepa otra rama parental de ella, como son: las familias de Emilio y Gertrudis
Machuca Jiménez (de bodegas Machuca), de Emilia Machuca Carrero, esposa de
Hilario Jiménez Cuevas (fábrica de chocolate), y la familia Martín Machuca,
hijos de Carmen Machuca Carrero y de Antonio Martín Juárez. También hay otros parientes de la extensa familia
de Sor Elisa, en Jerez de la Frontera, Pedrera, Sevilla, Málaga, Morón de la
Frontera, Madrid y Huelva.
Foto y reverso donde aparece sentada y acompañada de Sor María Josefa del Rocío, que hizo profesión de votos simples el mismo día que ella, 12-12-1906
Como se ha dicho, Elisa
mostró desde su juventud grandes deseos e inquietud por ingresar en la Orden de
Santa Clara, y son escasos los datos que se conocen de su etapa juvenil, aunque
se sabe que quiso profesar en la Orden siendo aún muy joven y sin haber alcanzado
la mayoría de edad.
Probablemente, una vez
obtenida al fin la autorización de sus padres, llegó el momento tan esperado. Y
como Santa Clara, también es
seducida por Francisco, el pobre de Asís, y por una vida totalmente consagrada
a Cristo.
Deseosa
de poder hacer realidad su anhelo de convertirse en religiosa clarisa y vivir
en la sencillez y pobreza franciscanas, a los veintidós años de edad, el día 19
de noviembre de 1905, dejando atrás el mundo seglar, cruza el umbral de las
puertas de la clausura e ingresa en el claustro estepeño. Ese día se le vistió
el santo hábito para ser religiosa de coro, siendo Prelado el cardenal
Arzobispo de Sevilla, don Marcelo Spínola.
Ella había entrado con dote
escriturada por el convento, y un año y un mes después, el día 12 de diciembre
de 1906, a la edad de veintitrés años, hace profesión temporal de votos simples,
en una ceremonia religiosa celebrada en el monasterio de las RR. MM. clarisas
de la ciudad de Estepa. Pero fue tres
años y ocho meses después, cuando el día 18 de abril de 1910 hizo Sor Elisa de
San José Machuca y Cordero su profesión solemne, en la forma y manera que
indica el ceremonial de la Orden. Fueron sus padrinos de profesión de sus votos, su hermano, José Machuca Cordero, y su esposa Teresa.
*
Como sube la esencia de las flores
Entre ondas de éter perfumado,
También suben los místicos primores,
Al son de centenares de loores,
Que a Dios Sor Elisa ha consagrado.
*
Tu lengua entone cántico divino
Asociada al coro de querubes;
Y, mirando al eternal destino,
Que se alza por encima de las nubes,
Emprende desde ahora su camino.
Fr. A. de C.B
Conseguido su sueño y
convertida al fin en monja profesa, como dice el verso, “emprende desde ahora su camino”. Su nombre de religiosa y el de sus padres quedan
anotados –aunque en el libro “CLAUSURA” no constan en su filiación el nombre
civil ni el lugar de procedencia–, con
el número de orden 212 en el libro de registro de la comunidad, donde se hallan
inscritas todas las Madres clarisas –245 hasta el 19 de septiembre de1996, y
nueve más desde entonces hasta hoy–, que han profesado desde la fundación del
convento el 10 de enero de 1599, hace 416 años. Ya es una joven religiosa más,
del monasterio de Santa Clara de Jesús.
VIDA MONÁSTICA
Antigua enfermería, luego sala capitular, y hoy, biblioteca |
Desde entonces comienza una
nueva etapa en la andadura de su vida, y van pasando poco a poco los años
dedicada a realizar las tareas que le fueran asignadas en el convento. Sabía
realizar trabajos de todas clases, y lo mismo labores y quehaceres monásticos
que compatibilizaba con las horas de ejercicios diarios consagrados a la oración, la meditación y el recogimiento, en
el silencio y la paz interior de la clausura.
Vivió con grande humildad en
la estricta obediencia de las Reglas de la Orden; sencilla y austeramente,
retirada del mundo exterior que dejó atrás al otro lado de los muros
conventuales. Sus familiares dicen de ella que era una mujer cuyas virtudes
adornaban la sencillez de su alma. Afirman que tenía un cutis muy fino y
sonrosado, era guapa, parecía una muñeca, –me decía su sobrina Matilde–, no muy
alta de estatura, y extremadamente cariñosa con todos; familiares, amigos y Madres
de la comunidad.
"Detente" bordado por Sor Elisa y embutido en una cajita de aluminio doblado el filo con dificultad por la deformación de sus manos. Lo conserva José Simón. |
Además de los trabajos
encomendados, también dedicaba algunas horas a hacer primorosas y admirables
labores de bordado y costura que simultaneaba con su entrega amorosa a la
oración diaria y al sacrificio, con penitencias corporales para dar gracias a
Dios –decía ella–, por haberle concedido el regalo, el don de haber hecho
realidad su petición de ingresar en el monasterio. Sus constantes penitencias
y mortificaciones la hicieron sufrir
penosos dolores físicos.
A los diez años de vida
religiosa contrajo la enfermedad del “reuma
deformante”, que llevó con admirable paciencia. Dormía en una liviana y
sencilla cama en el suelo, expuesto su cuerpo al frío y la humedad;
circunstancias que posiblemente agravaron la durísima enfermedad reumática
degenerativa que afectó a los huesos y articulaciones de su cuerpo, causándole
la deformación en manos, dedos, piernas, cuello, etc.
A pesar de tener todos los
dedos de las manos fuera de su sitio, llevó a cabo durante muchos años el
oficio de ropera, cosiendo mucho y bien. Su cuello afectado por la enfermedad,
quedó torcido e inclinada la cabeza hacia abajo impidiéndole levantarla para
mirar al frente, por lo que debía recibir las visitas trimestrales de familiares
y amigos en el locutorio –aunque algo retirada de la reja–, para poder así elevar
un poco la cabeza y ver mejor a las personas desde lejos.
Muleta de Sor Elisa |
Había que vestirla y
desnudarla, y aún así, se levantaba a media noche para maitines, y asistía a
todos los actos de comunidad apoyándose en su muleta. Pero su postración cada
día iba a más, siendo necesario hacerle una silla de madera con ruedas, con la
que iba al Coro, y para subir las escaleras, cuatro religiosas la cogían en la
silla y la colocaban en el sitio que tenía asignado en dicho Coro.
Se quedaba en la enfermería,
ubicada entonces en la que después ha sido Sala Capitular, y donde en la
actualidad está la biblioteca del monasterio; mas todos los días a las 6:30 de la mañana se
iba hacia el Coro para hacer la oración y demás, comulgando dentro de la Misa
con toda la Comunidad. El sacerdote oficiante debía entrar dentro del Coro para
administrarle la Comunión, pues no podía ponerse de pie, y como se ha dicho,
tenía la cabeza inclinada hacia un lado.
Que se sepa, sólo abandonó el
convento en una ocasión: en los convulsos y peligrosos tiempos de la República.
Ya entonces estaba impedida, y debido al temor existente por la inseguridad de
la vida de las religiosas y a la amenaza inminente de la quema del monasterio,
su sobrino Antonio Simón Machuca acompañado de varios amigos la trasladaron al
domicilio familiar, donde permaneció un tiempo hasta que el peligro y las
revueltas se calmaron.
Su Crucufijo |
En los años más dolorosos de
su enfermedad y últimos de su vida, impedida ya de poder andar por el
entumecimiento de sus miembros, su
cuerpo quedó rígido, agarrotado de estar sentada. Y así, de esa forma, la Madre
que la cuidaba ejerciendo de enfermera, la trasladaba por las dependencias del
convento en el sillón especial con ruedas de madera, y la acompañaba a recibir
las visitas tras las rejas del locutorio. El dolor le había deformado y
castigado físicamente el cuerpo, pero no erosionó nunca su fortaleza espiritual
ni ocasionó el menor deterioro o desfallecimiento en su alma, que alimentaba
siempre con la oración constante a Dios en agradecimiento por tantos dones
recibidos.
Aún en su estado, y pese a sus
limitaciones en todo el cuerpo, que la mantenían continuamente sentada en el
sillón, a pesar también de sus manos deformadas, sus delicadas labores de
bordados eran admiradas por la comunidad y sus familiares. Nunca dejó de bordar
escapularios, hacer encaje y otras prendas, así como escribir dedicatorias en estampas;
todo ello para regalar a sus sobrinos y demás familia con motivo de cumpleaños,
primeras comuniones o cualquier celebración.
Paño bordado con hilos de oro |
Dejó inacabado un paño de encaje
–que aún se conserva–, primorosamente
bordado con hilos de oro, que era usado como mantel de la mesa donde se exponía
la Custodia en el coro de la clausura. Escribía con letra muy pequeña y una
caligrafía preciosa.
Sor Consuelo Jiménez Castillo |
Sor María Victoria Pino Ríos |
Según comentaban las Madres que
le ofrecieron sus atenciones y ejercieron de enfermeras: las estepeñas Sor María
del Consuelo Jiménez Castillo y Sor María Victoria Pino Ríos, que durante mucho
tiempo la cuidaron, jamás oyeron salir de sus labios una queja ni un reproche
por el estado de salud que padecía; y menos aún, expresar algún lamento por los
grandes dolores que soportaba en todo su cuerpo.
Sufrió la enfermedad de la
misma forma que había vivido: con gran resignación y humildad, y siendo modelo
ejemplar de virtud, sencillez y vida monástica de recogimiento.
EL TRÁNSITO
A mediados del mes de mayo de
1953, la Madre Sor Elisa de San José sufrió un empeoramiento en su salud, no
pudiendo permanecer levantada; no obstante, comulgaba todos los días en la
cama. Su estado continuaba agravándose, y el día 18 de julio, después de la
Misa Conventual, le fue administrado el Viático, padeciendo muchos dolores;
pero éstos se sosegaron y comenzó a recitar los Salmos con un gran ahínco, como
si se estuviese defendiendo del enemigo: eran los Salmos 102 y 112, el Benedictus
y el último verso del Te Deum. En esos momentos se le oyó decir: “¡No, no, sólo
a Dios la Gloria!”
Y se quedó con los ojos fijos
hacia arriba, pero con la mirada expresiva y nada triste. Aunque las Madres le
hablaban, ella no contestaba; continuaba con sus oraciones. Le dijeron que
descansara un poco y que la Comunidad rezaría la Corona Franciscana, e
insistieron en que descansara, pero ella continuó rezando con sus hermanas.
Cada vez que recitaba el Ora
pro nobis, lo hacía con mucha energía y una vez concluido el rezo, ella comenzó
de nuevo a recitar sus Salmos. Fue en esos momentos cuando las Madres viendo
que su voz se iba apagando poco a poco, y mandaron llamar al sacerdote que
llegó cerca de las 21:00 horas. Y éste, viendo la gravedad de Sor Elisa, le
dijo: “Le voy a administrar los Santos Óleos, para que le den la salud del alma
y del cuerpo, si así lo quiere Dios”. Al
oír esto, se sonrió, y a las 22:15 horas expiró entregando su alma a Dios el
día 18 de julio de 1953, a los 70 años de edad y 47 de vida religiosa.
Así pasó de esta vida a la
eterna la Madre Sor Elisa de San José Machuca Cordero, dejando a sus hermanas
gran esperanza de su gloria.
LAS EXTRAÑAS CIRCUNSTANCIAS QUE RODEARON LA EXHUMACIÓN DE SU CUERPO
Tras las exequias por el alma
de Sor Elisa de San José, su cuerpo fue sepultado en la cripta funeraria
ubicada en el semisótano del monasterio.
Ante la imposibilidad de
darle sepultura en un ataúd convencional, y debido a la deformación y rigidez corporal
provocada por los muchos años sufridos de enfermedad degenerativa, para ella hubo
de hacerse uno especial; se construyó una especie de cajón más ancho y de
medidas especiales, que permitiera poder inhumar en él su cadáver. Las Madres clarisas
amortajaron a Sor Elisa y dejando a la vista sólo su cara, cubrieron el cuerpo
con una tela o paño, y sobre él, depositaron diversas clases de flores y
pequeñas rosas rojas de pitiminí, y colocaron sobre su pecho una hoja de palma
de unos 20 a 30 centímetros de largo. La palma es tenida en la religión
cristiana como un símbolo de la victoria sobre el mundo y la carne, por el martirio.
Sus hermanas de clausura debieron tenerla y considerarla como mártir de
virtudes venerables que moría en olor de santidad.
[“El
10 de abril de 1688 la Congregación de Ritos
decidió que la palma, cuando se encuentra representada en tumbas de las
catacumbas, se ha de considerar como una prueba de que un mártir fue enterrado
allí. Se aplicó especialmente a los mártires; de ahí la frecuente aparición en
las Actas de los Mártires de expresiones tales como: “que recibió la palma del
martirio”]
Cuarenta y seis años después,
el día 4 de marzo de 1999 se abrió la tumba de la Madre Sor Elisa para dar en
ella sepultura a otra religiosa estepeña recién fallecida: Sor María de San José
Gamito.
Asistieron a dicha exhumación
Eduardo Simón Sánchez, sobrino-nieto de Sor Elisa, unas religiosas del convento
y un empleado de la empresa de don Luís Martín Juárez, que fueron testigos del
hecho insólito que presenciaron sorprendidos al ser demolida la pared del
sepulcro.
La estupefacción y sorpresa
que sintieron las personas asistentes fue mayúscula, pues al ser retirado el cajón
sin tapa donde fue depositado su cuerpo,
vieron que… ¡En su interior no había nada!
Ningún resto óseo ni de otro
tipo, como: la calavera, que –según la opinión médica–, puede llegar a conservase durante siglos, los
dientes –el esmalte dental es la sustancia corporal más dura que existe–, los huesos
mayores, ni las telas del hábito, el paño que la cubría, las florecillas, la palma…
nada, todo había desaparecido. Tan sólo se halló en el fondo del improvisado
ataúd, un poco de cenizas; algo que parecía un montoncito de tierra…, y nada
más. Todo se había esfumado.
¿A qué puede deberse un hecho
tan insólito?
¿Estamos hablando de un
fenómeno natural de desintegración total de la materia, o de un prodigio de
origen divino?
Si acudimos a la hagiografía,
está repleta de hechos tan extraños e inquietantes como este, que han sido comprobados
como ciertos a lo largo de siglos. Son muchas las biografías de santos:
sacerdotes, frailes, Papas, monjas, que nos han mostrado casos de esta
naturaleza; cuerpos incorruptos de muchos santos y santas, la lengua de San
Antonio, que se conserva no fresca, pero incorrupta… y muchísimos casos más que
sería muy extenso exponerlos aquí.
Que cada uno de vosotros,
lectores, saque su conclusión después de haber conocido una parte minúscula de
la vida de callada humildad ante la adversidad, de obediencia, oración, amor a
Dios y sacrificios, de la terrible y postradora enfermedad que padeció, de los
años de resignada abnegación ante el dolor, y de la muerte de la Madre clarisa
estepeña, Sor Elisa de San José Machuca.
EL INSÓLITO SUCESO DE LAS FLORECILLAS QUE CUBRÍAN EL CUERPO
Flor tomada del féretro, que conserva Eduardo Simón |
Si extraño fue lo presenciado
en el momento de la apertura del ataúd de Sor Elisa de San José, no menos
inquietante para las personas que lo vivieron, fue lo ocurrido con algunas de
las florecillas que fueron tomadas de encima del cuerpo.
Antes del sepelio, el cadáver
de la Madre Sor Elisa fue expuesto al público en el coro del monasterio, y como
se ha dicho más arriba, estuvo cubierto por un paño, y sobre éste, las Madres habían
depositado pequeñas rosas rojas y otras flores.
Algunos familiares de la
religiosa, tomaron varias de estas florecillas que quisieron conservar como
recuerdo. Es el caso ocurrido a su sobrino-nieto José Simón del Pozo, que
tomando dos dalias de entre todas las flores, las introdujo después en las
páginas de un libro, y ahí quedaron guardadas y olvidadas en el tiempo. José regresó
del servicio militar a Estepa, en febrero de 1956, buscó dicho volumen y al ojear
por casualidad entre sus páginas; allí estaban las dos florecillas aplastadas
por la presión de las hojas de papel, aunque conservados sus pétalos frescos y
sin marchitar, igual que el día que fueron introducidas en medio de las páginas
de aquél libro.
Desafortunadamente, hoy no se
puede constatar el hecho insólito, pues tanto el libro con las flores, como
otros ejemplares dedicados a sus sobrinos, no se conservan en la actualidad.
Han ido desapareciendo junto a otras muchas pertenencias de la Madre Sor Elisa;
como son cartas, estampas autógrafas y
objetos diversos que pertenecieron a ella.
Su sobrina-nieta Matilde
Simón, cree recordar que otro familiar de la religiosa, Antonio Carrero Jordán,
también tomó unas florecillas que guardó y se conservaron en el tiempo sin
marchitar, de la misma forma que las recogidas por su hermano José.
OTROS EJEMPLOS DE HECHOS EXTRAORDINARIOS OCURRIDOS A RELIGIOSAS DEL
CONVENTO DE SANTA CLARA
Desde la fundación del monasterio
estepeño y a lo largo de sus más de cuatro siglos de historia, han sido muchas
las religiosas que han profesado en él –245 hasta el 19 de septiembre de1996, y
nueve más desde entonces hasta hoy–, y algunas de ellas se vieron distinguidas
con favores divinos, mostraron vida de santidad, o experimentaron sucesos
extraños cuyos ecos quedaron muchos de ellos casi siempre disipados u ocultos
entre los muros claustrales de este convento. Aunque otros son públicos, y
estos son algunos ejemplos:
Sor María de la Corona, que
profesó el día 8-12-1625. Hija natural de D. Adán Centurión, IV marqués de
Estepa. Era tal su devoción a la Virgen, que con hierro candente marcóse en el
muslo la letra S y un clavo, en señal de esclavitud hacia la Virgen, y por esta
causa padeció grandes dolores durante 8 meses. Por su devoción se vio
correspondida con algunos singulares favores. Sufrió resignada los
padecimientos de su enfermedad y soportó horribles pesadillas que desaparecían
cuando le llevaban a su presencia la imagen de la Virgen del Pilar. Así
perseveró hasta su muerte en 1694.
Sor Gertrudis de la
Llagas, ingresó
con once años. Hija de D. Francisco Centurión, marqués de Almunia. Profesó en
1631 y murió ocho años después, y a pesar de su corta edad, vivió años de gran
virtud. Se cuenta que por la devoción que tenía a la Virgen, esta Señora benignamente
le habló un día. En otra ocasión, estando calzando la imagen de un niño Dios
con unas sandalias hechas por ella, el Señor le concedió un gran favor, que
guardó tan celosamente, que no llegó a saberse nunca de qué se trataba.
Sor María de Cristo, nacida en Estepa, muy virtuosa desde su más
tierna edad. Fue favorecida por el Señor con abundantísimas lágrimas y públicos
arrobos, en especial cuando estaba manifiesto el Santísimo Sacramento. Tomó el hábito en 1632, el día de la Santa
Cruz, presagio de la cruz que Dios le tenía determinada, que fue verdaderamente
pesadísima. En medio de sus aflicciones, Dios la consolaba dejándose ver. Tuvo
varias visiones y estuvo dotada del don de la profecía, verificándose todo lo
que predijo. Murió el día 16 de agosto de 1684.
Sor María de la
Visitación, estepeña
nacida en 1591, tomó el hábito con treinta y tres años. Meditando muy
fervorosamente, tuvo la visión del Señor con la cruz y ella se ofreció a
ayudarle. A lo que Jesús le respondió, que si la tomaba no la habría de soltar
jamás. Y se cumplió. Sufrió con gran paciencia gravísimas enfermedades,
especialmente un mal de corazón que padeció desde aquél día, tan furioso que de
las continuas caídas tenía rotos casi todos los huesos. Así padeció hasta los
ochenta y cinco años de edad, y cincuenta y dos de religión. Murió el año 1676.
Sor María de Jesús, nacida
en Estepa, profesó en 1652 a la edad de dieciséis años. Por sus relevantes
prendas mereció ser elegida dos veces como prelada de este convento con
manifiestas señales del Cielo. Un día lloraba pidiendo a la Virgen los aciertos
en la elección que se iba a hacer, cuando de repente se le manifestó una gran
cruz en el aire, cuyo peso sentía ella sobre sus hombros, dándole a entender
que era la cruz de la prelacía que recaería en ella. Afligida, clamaba y pedía
a la Señora la librase de semejante carga. A lo que la Virgen le
dijo:”aliéntate, hija y admite el cargo, aunque has de tener en él muchas
contradicciones, mas con mi ayuda saldrás bien de todo”. Fue elegida con todos
los votos, sufrió con fortaleza graves contradicciones y enfermedades. Estando
en los últimos días de su vida, estaba pidiendo por una religiosa a la Virgen
del Carmen, que a la sazón estaba en el convento, y la Señora visiblemente
inclinó la cabeza, dando a entender que su petición era escuchada. Murió en el
año 1700.
Sor Catalina de San
Buenaventura, de
familia humilde, natural de Marchena profesó el 9 de febrero de 1702. Fue ejemplar
religiosa estrechamente observante de sus obligaciones, muy humilde, silenciosa
y amante de la soledad y el retiro de criaturas. Padeció muchas enfermedades
con gran paciencia, y la última fue penosísima y duró tres años. Sus médicos la
tenían por santa, estimando como reliquias algunas de sus pobres alhajas. Tanto
de referían estas cosas en el pueblo, que se extendió pronto su fama y devoción
con la sierva de Dios, hasta el punto que venían a pedir al convento alguna
cosa suya por reliquia, y la marquesa de Estepa, desde Madrid, pidió que le
llevaran su rosario. Murió en 1752 a los
70 años de edad y 51 de religión.
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FUENTES:
Libro “CLAUSURA” Editado por el Ilmo. Ayuntamiento
de Estepa, 1999.
AGRADECIMIENTOS:
–
Al Archivo y a la Comunidad del Convento de Santa Clara, de
Estepa.
–
A la Madre Sor Ángela Manzano Jurado.
–
A los familiares: Matilde y José Simón del Pozo y Manolita
y Eduardo Simón Sánchez.
Antonio Rodríguez Crujera
Estepa, 7 de
septiembre de 2015
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APÉNDICE FOTOGRÁFICO
DE TRABAJOS HECHOS POR ELLA
Escapulario que guarda José Simón |
Escapularios que conserva José Simón |
Reverso de una estampa dedicada a la madre de Eduardo Simón |
Escapulario que conserva Manolita Simón |
Escapulario que guarda José Simón |
Una de las muchas cartas que conserva su sobrina Elisa Simón.
Esta, como se ve, dirigida a su "queridísimo y benditísimo papá".
Pueden observar que siempre firma sus escritos como Sor María de San José,
y sin embargo en el libro "CLAUSURA" aparece como Sor Elisa,
tal vez debido a un error de transcripción, pues sus familiares
la llamaron siempre Sor María de San José.
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Quiero
expresar aquí mi sincero agradecimiento a Pepe, Matilde, Manolita y Eduardo
Simón, por la información verbal que en ratos de charla me han facilitado sobre su tía abuela Sor
Elisa de San José; por sus fotos inéditas, por los objetos, escapularios, cartas, estampas, notas, etc. que cada uno de ellos y ellas han aportado.
Por su empeño y aliento para hacer este artículo, y porque sin la importante y preciada
colaboración de todos ellos, este trabajo biográfico no se hubiera podido hacer.
Igualmente agradezco la confianza que depositaron en mi al entregarme los "preciados recuerdos" –que guardan con tanto mimo y cariño, heredados de su tía–, para poder fotografiarlos y exponerlos aquí para enseñarlos a los lectores estepeños y público en general.
A
la Comunidad del Monasterio de Santa Clara de Jesús, de Estepa, y en
especial a la Madre Sor Ángela Manzano, quiero dar las gracias por los
datos inéditos y valiosos que me ha facilitado sobre la madre Sor Elisa; sin duda,
que sin ellos, esta historia no hubiese estado completa.
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Antonio Rodríguez Crujera
Estepa, 7 de septiembre de 2015
lo he terminadi de leer, con el corazón, "apretado por la emoción" me ha parecido preciosa la forma de exponer ésta vida tan mística como dolorosa, que llevó en sus últimos 25 o 30 años.
ResponderEliminarGracias amigo Antonio, por tu trabajo tan bien hecho. ha hecho un año más o menos, que te comenté éste caso y que te interesaste por él.
um abrazo y gracias
Amigo Pepe, gracias siempre a vosotros que me habéis alentado a escribirlo. Un abrazo
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