1.599, DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD
DE VALDIVIA ( CHILE )
DE VALDIVIA ( CHILE )
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En el año 1.599 fue designado por Capitán de las cuatro ciudades denominadas de “arriba” (es decir: Osomo, Valdivia, La Imperial y Villarrica) a Gómez Romero, un altivo militar que ofreció a sus tropas la esclavitud de todos los Araucanos que se hicieran prisioneros en las batallas y conquistas, a pesar de las bulas enviadas por el Rey de España prohibiendo proceder a dichos actos.
“Doce capitanes los mocosos muy galantes, y peinados, como si fuera la guerra una función de títeres. Y embarcáronse todos en un navío, para Valdivia, esparciendo la noticia entre sus amigos y parientes cómo traían grandes grillos y cadenas para apresar indios.”
“Doce capitanes los mocosos muy galantes, y peinados, como si fuera la guerra una función de títeres. Y embarcáronse todos en un navío, para Valdivia, esparciendo la noticia entre sus amigos y parientes cómo traían grandes grillos y cadenas para apresar indios.”
Como la actuación de estos capitanes y sus tropas fuera tan desafortunada dando no muy buen trato a los indios, a raíz de estas prácticas de esclavitud que después fueron mantenidas durante meses, los Araucanos se rebelaron alzándose contra los españoles que así les trataban, y quemaron la ciudad de Villarrica.
El Capitán y Maestre de Campo Gómez Romero, enterado de esta acción de sublevación araucana ordenó no aumentar el refuerzo de las tropas de la guarnición que defendían la ciudad de Valdivia, haciendo con ello ostentación de poder, y sobre todo, con el objeto de no mostrar miedo alguno ni temor a los indios, ni al ataque que pudiera producirse por parte de éstos.
Los Araucanos ya estaban preparados y resueltos a dar guerra a los españoles, y esa misma noche, al no ver aumentadas las defensas que protegían la ciudad, se decidieron a actuar.
Acecharon y apresaron luego a una india que estaba al servicio de una familia española, que había salido de la casa para hacer un recado por encargo de sus señores.
Esta muchacha una vez capturada fue interrogada por dichos indios, a quienes les contó que todos dormían en sus casas y que las dos rondas de centinelas también se habían ido a dormir. La ciudad quedaba así desguarnecida y sin vigilancia alguna, muy a propósito para llevar a cabo sus planes de ataque para destruirla.
Los Araucanos ya estaban preparados y resueltos a dar guerra a los españoles, y esa misma noche, al no ver aumentadas las defensas que protegían la ciudad, se decidieron a actuar.
Acecharon y apresaron luego a una india que estaba al servicio de una familia española, que había salido de la casa para hacer un recado por encargo de sus señores.
Esta muchacha una vez capturada fue interrogada por dichos indios, a quienes les contó que todos dormían en sus casas y que las dos rondas de centinelas también se habían ido a dormir. La ciudad quedaba así desguarnecida y sin vigilancia alguna, muy a propósito para llevar a cabo sus planes de ataque para destruirla.
Entonces, los indios en silencioso y hábil despliegue protegidos por la oscuridad de la noche, se fueron adueñando de las calles de Valdivia y se apostaron al acecho en las puertas de las viviendas.
Dieron una orden y al unísono atacaron las casas, y a medida que los españoles salían, eran cosidos a lanzadas matando con gran furia a las personas de importancia, capturando a los niños y jóvenes para hacerlos sus esclavos.
A la vez, apresaban a las jóvenes muchachas españolas y a los indios e indias que estaban a su servicio.
Tras esto, por todas partes prendieron fuego a la ciudad enloquecidamente, haciendo prisioneros a ciento ochenta y una mujeres, y ciento cuarenta hombres.
El horror y la destrucción se hicieron presentes en la población española, pereciendo en ella gran cantidad de habitantes, masacrados sin piedad.
En esta furiosa acción de rebeldía de los araucanos llevada a cabo en el mes de noviembre del año 1.599, murió el que fuera criado de don Juan de Torres: el estepeño Cristóbal de Montesinos Navarrete.
Después de tan terrible matanza vino el saqueo de la ciudad, tras el cuál, los indios se alejaron un poco de ella llevando consigo a los prisioneros, y dejando a sus espaldas un rastro de sangre y muerte en las calles de Valdivia, sembradas por doquier, de cadáveres españoles.
La euforia y la locura debió apoderarse de ellos, y con el vino que sacaron de las casas iniciaron una gran borrachera, celebrando así su victoria.
Poco después, los españoles que lograron embarcarse y poner rumbo a Valdivia para socorrer a la población, tras llegar hicieron algunos rescates de prisioneros, principalmente de personas viejas que no eran de provecho como esclavos de los indios.
Los sanguinarios caciques araucanos llamados Anganamón y Pelantarón, trataron de que todos los demás cautivos españoles muriesen, y sólo quedasen con vida las mujeres españolas para servirse de ellas.
Todos los Araucanos hacían ostentación de las mujeres cautivas, llevándolas como preciados trofeos para su servicio propio, y para que fueran sus mujeres, les hacían cargar sus pertenencias.
Embriagados por el vino y la locura de la guerra, hubo un indio que incluso llevaba a rastras una imagen de la Virgen atada con una cuerda, y diciendo a los otros: “ésta es mi señora y llevo yo por mujer.”
“Como estos bárbaros eran tan dados a beber, no es descriptible el horror, la violencia y torpezas que usaron con aquellas pobres y desgraciadas prisioneras españolas, que mantenían atadas, desnudas y sujetas a sus atroces violencias, rindiendo a golpes su honestidad, pero mujeres flacas y tímidas que atendían al que les fuera mejor rendir su vida ante un cuchillo, obraba en ellas más el temor a éstos bárbaros que a Dios, y era tanto ese temor que sentían que ni aún dejarlas llorar la muerte de sus maridos a su vista las dejaban.”
Todo esto fue contado por aquellos cautivos que sobrevivieron a tal atrocidad y que posteriormente fueron liberados por los indios Araucanos, y relatado por don Diego Rosales en su “Historia General del Reino de Chile, Flandes indiano.”
Por tanto, para contar al lector parte de la vida y obra de don Juan de Torres como fundador de nuevas ciudades, militar brillante y hombre de leyes, fue preciso y convenía para el desarrollo de esta narración que la relatara su criado en forma novelesca.
Como ya he dicho anteriormente, ha sido escaso el material e información recopilada en distintos medios para contarles que fue ésta, y no otra, la verdadera historia de la vida de Cristóbal de Montesinos Navarrete, servidor del cuarto y último Adelantado del Río de la Plata, don Juan de Torres de Vera y Aragón.
La euforia y la locura debió apoderarse de ellos, y con el vino que sacaron de las casas iniciaron una gran borrachera, celebrando así su victoria.
Poco después, los españoles que lograron embarcarse y poner rumbo a Valdivia para socorrer a la población, tras llegar hicieron algunos rescates de prisioneros, principalmente de personas viejas que no eran de provecho como esclavos de los indios.
Los sanguinarios caciques araucanos llamados Anganamón y Pelantarón, trataron de que todos los demás cautivos españoles muriesen, y sólo quedasen con vida las mujeres españolas para servirse de ellas.
Todos los Araucanos hacían ostentación de las mujeres cautivas, llevándolas como preciados trofeos para su servicio propio, y para que fueran sus mujeres, les hacían cargar sus pertenencias.
Embriagados por el vino y la locura de la guerra, hubo un indio que incluso llevaba a rastras una imagen de la Virgen atada con una cuerda, y diciendo a los otros: “ésta es mi señora y llevo yo por mujer.”
“Como estos bárbaros eran tan dados a beber, no es descriptible el horror, la violencia y torpezas que usaron con aquellas pobres y desgraciadas prisioneras españolas, que mantenían atadas, desnudas y sujetas a sus atroces violencias, rindiendo a golpes su honestidad, pero mujeres flacas y tímidas que atendían al que les fuera mejor rendir su vida ante un cuchillo, obraba en ellas más el temor a éstos bárbaros que a Dios, y era tanto ese temor que sentían que ni aún dejarlas llorar la muerte de sus maridos a su vista las dejaban.”
Todo esto fue contado por aquellos cautivos que sobrevivieron a tal atrocidad y que posteriormente fueron liberados por los indios Araucanos, y relatado por don Diego Rosales en su “Historia General del Reino de Chile, Flandes indiano.”
Por tanto, para contar al lector parte de la vida y obra de don Juan de Torres como fundador de nuevas ciudades, militar brillante y hombre de leyes, fue preciso y convenía para el desarrollo de esta narración que la relatara su criado en forma novelesca.
Como ya he dicho anteriormente, ha sido escaso el material e información recopilada en distintos medios para contarles que fue ésta, y no otra, la verdadera historia de la vida de Cristóbal de Montesinos Navarrete, servidor del cuarto y último Adelantado del Río de la Plata, don Juan de Torres de Vera y Aragón.
A la edad de cuarenta y seis años, Cristóbal terminó su vida allá, en las lejanas y aventureras tierras del Nuevo Mundo, entregándola sin duda con bravura en la defensa de la ciudad donde vivió, y de su familia, con la honra y gallardía de un estepeño valiente, que al igual que su señor, también merece ser recordado por sus paisanos: las gentes de la vieja villa del Marquesado; hoy, hermosa, bella y pujante ciudad.
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