EN LA PUEBLA DE CAZALLA
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______En aquellos difíciles tiempos de penurias y necesidades para casi todos, en La Puebla de Cazalla –lugar donde nací–, había muchas personas mayores que eran pobres y se hallaban desprotegidas, así como otras que por distintos motivos vivían en sus casas acompañadas sólo por la soledad, y muchas de ellas, sin amparo ni recurso alguno al que poder echar mano para mantenerse, y sin la asistencia social –que era casi nula–, de una paga más o menos digna, como la que hoy disfrutan todos nuestros mayores.
Eran unos años en los que a consecuencia del régimen franquista, tras terminar la Guerra Civil, España permanecía aislada de muchos países del Mundo que volviéndole la espalda, les retiraron sus legaciones diplomáticas, y sus fronteras permanecieron durante bastantes años cerradas a cal y canto para la emigración, quedando los trabajadores imposibilitados para salir del país a buscar el trabajo que necesitaban para ganar el sustento de sus familias. Poco a poco, años después, la situación y la apertura se fueron normalizando.
Se comenzaba a salir lenta y dificultosamente de una posguerra, y eran tiempos en los que el hambre y las necesidades provocadas por la escasez de algunos productos, aún no habían terminado de extinguirse, y estas calamidades se cebaban principalmente en los que menos tenían; los parias más desamparados, desprotegidos y pobres de la sociedad.
El edificio del centro con una pequeña azotea, es el que albergó la "Fonda El Ocho" en La Puebla de Cazalla, regentada por doña Adela Tagle Venero (Foto de Juan Cabello)
Pero allí en la fonda llamada “El Ocho” y en Adela su dueña; aquella mujer generosa, muy pequeña y frágil de cuerpo, pero con un corazón enorme, estaban presentes la caridad y la bondad en un establecimiento que aparte de dar alojamiento a sus huéspedes, también sirvió para mitigar el hambre de muchas personas. Porque Adela, tenía un gran corazón lleno de humanidad y un alma compasiva a pesar de su aspecto de persona un poco distante y exigente.
Yo vi muchas veces la fila de personas que desde el ventanal de la cocina llegaba casi hasta la puerta de la calle, formada por aquellas personas viejas y solitarias que nada tenían; hombres y mujeres portando una olla o cacerola en las manos, para llevarse a casa el guiso unas veces, el cocido otras, las friturillas de pescado y el cucurucho de papel lleno de pescado frito para cenar esa noche, socorriendo y llenando así los vacíos estómagos de aquellas gentes pobres, por el económico precio de dos pesetas. Otras muchas personas, por estar trabajando y no poder guisar en casa cuando terminaban sus faenas en el campo, allí acudían a comprar esos alimentos ya cocinados.
El rico olorcillo a comida que perfumaba el ambiente, podía percibirse en toda la casa. Así era eso, así eran aquellos años, y así lo vi yo. Buen auxilio social generoso y poco reconocido era ese, que tanto bien hizo a mucha gente en tiempos tan aciagos y dificultosos.
Doña Adela –como era llamada por casi todo el mundo-, y su fonda, elaboraban aquellas comidas económicas que aliviaron tantísimo el hambre de numerosos mayores y pobres que tenían escasos o nulos recursos para subsistir decentemente, a cambio de muy poco dinero; pues como he dicho, por dos pesetas, allí se podía obtener una buena y digna ración diaria de alimentos calientes, que hacían que los más necesitados no se fueran a la cama sin haber comido esa noche.
Así eran Adela y su fonda “El Ocho”; y así los recuerdo cada vez que paso por la puerta, sin poder resistirme a la tentación de mirar no sin cierta tristeza hacia el viejo edificio ahora casi abandonado, recordando la mucha actividad y vida que tuvo en años ya pasados y lejanos.
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