JUAN CABALLERO,
UNO DE LOS MÁS CÉLEBRES
BANDOLEROS ESTEPEÑOS
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Para retomar el relato de esta historia es necesario comenzar enlazándola con la primera parte, donde ha quedado explicado que Juan Caballero recibió una carta que le enviaba su esposa, que a su vez le fue mandada a ella por el Brigadier estepeño don José María de Reina.
Los bandoleros, por seguridad propia nunca permanecían demasiado tiempo en el mismo lugar, y en esta ocasión, el estepeño y sus hombres habían salido del cortijo de Valderranilla, que era una de las haciendas más seguras del término de Estepa, que servían de escondrijo a los bandidos, situado en tierras entre Aguadulce y El Rubio. Desde allí se dirigieron a otro cortijo no muy lejano; el de “la Vieja ”, en el término de la localidad de El Rubio, cercano a Estepa.
En dicho cortijo, se presentó un hombre buscándolo para entregarle la carta que su mujer, María Brígida Fernández Pascual Labrado, había recibido del Brigadier, indicándole en ella –como ha quedado dicho–, que se presentara ante el General Manso en Estepa. Este señor, era don José Manso y Sola, primer Conde de Llobregat, que tenía la intención de llevar a cabo la mediación ante la Corte , con objeto de conseguir un amplio indulto para Juan Caballero y sus gentes, y las demás partidas de bandoleros.
Juan leyó la carta y explicó su contenido a sus compañeros. Esa noche llegaba el General a Estepa, y lo esperaba en la casa del Marqués de Cerverales.
Al día siguiente muy temprano, el caballista tomó el camino de Estepa haciendo alarde de una gran audacia, pues el pueblo estaba lleno de tropas y era muy peligroso arriesgarse a llegar hasta allí sin ser detenido o tiroteado en el intento, por las fuerzas que lo buscaban.
A las ocho de la mañana, entraba Juan en la villa por la empinada callejuela de la sendilla, (hoy calle Sendilla) que desemboca en la calle Humilladero, lugar donde se hallaba y aún se halla el postigo de la casa del Marqués.
Juan Caballero con gran atrevimiento, cabalgando sobre su brioso caballo y cargado de armas, entró al palacio por dicho postigo.
El General Manso es avisado de la llegada del bandolero, y sale de uno de los salones de la mansión para recibirlo. Al verlo ante él solo y armado, queda estupefacto por el asombro que le causó su presencia.
Para el bandolero, muy observador, no pasó desapercibida la sorpresa del General, y entonces le dice:
– “Vuecencia se ha alterado”
A lo que contesta el militar:
–“Sé que está el pueblo lleno de tropas, y podía haberle sucedido un chasco pesado”.
Pero Juan no se fía, desea tener una entrevista más personal e íntima con el General, y le propone a éste:
–“Yo quisiera hablar con usted en un sitio donde pudiéramos hablar con tranquilidad”.
El militar, debió observar que el bandolero se hallaba incómodo e inseguro en Estepa, estando la villa prácticamente tomada por las fuerzas militares que lo perseguían, y accede entonces a su petición de mantener una segunda conversación, pero esta vez en lugar más seguro, fuera de esta villa, y le contesta proponiéndole lo siguiente:
–“ Si usted desea hablar conmigo despacio, mañana me voy a Écija y si usted no tiene inconveniente, en el Cuartel de Milicias con su paisano don Antonio Mauri, donde voy a descansar dos o tres días, podemos hablar muy extensamente. Allí lo espero”.
En este punto del encuentro, y una vez oída la proposición del General Manso de parlamentar con él más extensa y tranquilamente, el caballista y bandolero se despide del militar, e inmediatamente monta a caballo tomando otra vez la callejuela sendilla abajo, y raudo sale de Estepa picando espuelas en los ijares de su briosa montura, dirigiéndose al cortijo de “la Vieja ” para encontrarse con sus compañeros de partida que le esperan deseosos de saber las nuevas noticias que les trae referentes a la entrevista que habría de tratar sobre el indulto que todos ellos esperaban ansiosamente, que les permitiría no hallarse continuamente huidos, errantes por veredas y campos, o escondidos en las serranías fuera de la Ley; y sí, vivir tranquila y pacíficamente con sus hijos y esposas en sus hogares.
Una vez les hubo explicado su entrevista con el militar, sus compañeros vieron bien el segundo encuentro, y fue uno de ellos, el también estepeño Luís Borrego, quien se ofreció a acompañarlo hasta Écija, pues si era preciso morir –le dijo–, morirían los dos juntos. Juan aceptó la valiente oferta de su compañero, y ambos salieron hacia la ciudad del Sol y las Torres, quedándose los demás en el monte “Las Hayuelas” que está en el término de Écija, llamado así por haber sido un lugar de plantación de hayas para aprovechamiento de madera en el siglo XV y siguientes.
Lo que ocurrió en la ciudad de Écija, y otras cosas, lo sabrán ustedes en el próximo capítulo de esta historia.
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