“LOS SECUESTROS EN ANDALUCÍA”
(TERCERA PARTE)
Varios de los secuestrados por esta banda de criminales fueron asesinados aún después de cobrarse los rescates para su puesta en libertad, y sus cuerpos enterrados en los terrenos de la huerta propiedad del tío Martín; pero hubo otros que tuvieron la suerte de ser liberados sanos y salvos. Éstos, en sus declaraciones dijeron a la policía que en su encierro, habían escuchado las voces de los mendigos, afiladores, vendedores, etc. –que como se ha dicho en el capítulo anterior, eran agentes secretos del gobernador Zugasti–, anunciando los itinerarios por donde pasaban, y además, oían cercano el ruido del paso de las máquinas del ferrocarril.
Estas pistas pusieron en guardia a los agentes, que centraron sus pesquisas en la línea ferroviaria de Córdoba a Málaga, y asimismo coincidías las voces escuchadas a los mendigos diciendo: “vengo de la Alameda y voy para Casariche”.
Busto de don Julián de Zugasti. (Fotografía propiedad de don Salvador Muñoz Jimenez) Extraida del libro "Bandidos Célebres Españoles", cuyo autor es, don Florentino Hernández Girbal |
Lo que hace, que el astuto gobernador Zugasti, ante sus sospechas, intensifique las investigaciones policiales en las inmediaciones de la huerta de un hombre llamado Francisco Fernández Baena, y conocido en Casariche por todos, como “el Tío Martín”.
Pero al no pertenecer este pueblo a la provincia de Córdoba, Zugasti solicita al gobernador de Málaga que lleve a cabo una inspección del lugar objeto de las sospechas.
Accede dicho gobernador, y envía allí a un teniente y un sargento de la Guardia Civil de Antequera, quienes desde el primer momento, sospechan de José Fernández Torres, alias “bellotita”, (hijo del tío Martín) que asesinó a su compinche “el Alberto” y al secuestrado Francisco Agapito Delgado, del pueblo de la Alameda, cuyos cadáveres enterró en la fatídica huerta.
El hijo del tío Martín, se muestra nervioso en sus declaraciones al oficial y suboficial agentes de la Guardia Civil, y ante la presión a la que es sometido por éstos, manifiesta menos serenidad y sangre fría que sus padres, por lo que es detenido y puesto a disposición del Juzgado de Primera Instancia de Archidona, (Málaga) donde hay una causa abierta por los secuestrados.
Al poco tiempo, se presenta la Guardia Civil de nuevo en la huerta –esta vez vienen de Sevilla–, y pese a los largos interrogatorios a los que someten al viejo y a su esposa, no encuentran motivos para su detención. El hipócrita, taimado y perverso tío Martín, aguanta con resignación las astutas preguntas de los agentes y los registros efectuados por estos, mostrándose frío y calculador sin dar muestras de alteración.
Poco después, y temiendo ser apresado en posteriores investigaciones, decide irse a vivir por un tiempo a un cortijo de Lucena, donde vive una hija casada.
Mientras que su esposa María Torres y dos de sus hijos; Francisco y Antonio, se marchan de la huerta para vivir en el pueblo, donde se sienten más seguros; pero a pesar de ello, poco después son apresados por la justicia y acusados de secuestradores y asesinos.
Son detenidos por el oficial de la Guardia Civil jefe de la Línea de Estepa, ciudad adonde son conducidos y encarcelados. La detención de estos miembros de la familia, fue ordenada por el gobernador de Sevilla, después de haber sido realizado un registro en la huerta del tío Martín, que había sido abandonada durante un tiempo, comprobándose en esta exploración, que el desván, los escalones, las ventanillas y otros detalles como la cercanía a la vía del tren, coincidían con las descripciones del lugar de su encierro, hechas por el joven José María Reina, vecino de Arahal.
El tío Martín se entera de lo sucedido y pese a que también él es buscado, decide acercarse a su pueblo para ver a la familia. Esquivando senderos y caminos andados por transeúntes, el viejo que vaga errante por el campo rendido por el hambre y el agotamiento, llega a una choza en la que hay un muchacho al que le pide algo de comida. El chico nada puede ofrecerle, y el viejo le da una peseta, y le pide que vaya a Bobadilla, el pueblo más cercano, para que con ese dinero le traiga pan y tabaco.
Accede el muchacho a hacer el encargo, y al salir del estanco, un sargento de la Guardia Civil le pregunta que para quién es aquello.
La casualidad hizo que al poco rato, el tío Martín, por indocumentado, fuera detenido y llevado preso hasta Bobadilla, para desde allí trasladarlo a Antequera donde lo mantienen retenido pues no encuentran pruebas en él. Pero al ser interrogado por el alcalde y el jefe de la Guardia Municipal de la ciudad, persona muy al corriente y conocedora de toda la mala gente que delinque y se mueve por aquellas tierras, éste se da cuanta muy pronto que tiene ante sí a un hombre muy astuto, pero que no puede reprimir su nerviosismo.
El agente le brinda el favor de una fingida protección, si le da los nombres y todo cuanto sepa de los malhechores a quienes conoce.
Convencido de que el jefe de la Guardia Municipal le prestaría protección ante la justicia, y acosado por las hábiles preguntas que le hacen, el tío Martín no duda un instante en delatar a sus cómplices para salvarse, haciendo ver que él era también una de sus víctimas.
Y de esta forma, confiesa falsamente, que a él les llevaron a los secuestrados por la fuerza para esconderlos en su huerta; que en una riña, los bandidos mataron a Francisco Agapito Delgado, de La Alameda, y que otro hizo lo mismo con “el Alberto”, añadiendo que tuvo que enterrar los cuerpos al ser amenazado de muerte por los delincuentes, si no lo hacía.
Al conocer las autoridades tan extraordinarias revelaciones, deciden acudir rápidamente hasta la huerta del tío Martín en Casariche, para comprobar la veracidad de aquéllos atroces delitos.
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Pero esa historia podremos conocerla en el próximo capítulo, donde se desvelará todo lo concerniente a esta negra etapa de bandidaje y los secuestros, en la tristemente famosa historia del bandolerismo andaluz.
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