FRAGMENTO DEL LIBRO
"DEL GUADALQUIVIR AL PARANÁ"
DEL QUE SOY AUTOR
DEL QUE SOY AUTOR
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"El caballero tenía buen porte y vestía con elegantes formas y buenas ropas. Llevaba jubón abotonado hasta el cuello, camisa de fina tela blanca con un pequeño encaje del mismo color, que asomaba en derredor del cuello y los puños. Lucía calzas de rico terciopelo, y altos borceguíes de montar que le llegaban hasta las rodillas, adornados con estrechas hebillas y espuelas plateadas; la espada colgada al ceñido y ancho cinturón de cuero labrado, y su cabeza iba tocada con gusto exquisito con una gorra de suave terciopelo negro, con discreto adorno. Era muy apuesto y distinguido en los modales para con las personas que lo rodeaban, y su aspecto delatábalo como hombre de bien, y de gran cultura. Lo vi de lejos, y quedéme deslumbrado por su buen gusto y gallarda hidalguía.
Con mucho disimulo corrí y me pegué al grupo donde él estaba, para hacer lo que siempre solía; escuchar con atención y echar la red por si algo bueno caía.
Aquél hidalgo señor debía ser por lo menos Bachiller, pues su conducta denotaba grandes y exquisitas maneras al expresarse, y debía estar en edad de unos veintinueve o treinta años.
-Necesito llevar unas pertenencias y mercancías a mi casa de Estepa. –fueron éstas, las primeras palabras que le oí decir a tan ilustre caballero, dirigiéndose a uno de los del grupo que hablaba con él.
Con mucho disimulo corrí y me pegué al grupo donde él estaba, para hacer lo que siempre solía; escuchar con atención y echar la red por si algo bueno caía.
Aquél hidalgo señor debía ser por lo menos Bachiller, pues su conducta denotaba grandes y exquisitas maneras al expresarse, y debía estar en edad de unos veintinueve o treinta años.
-Necesito llevar unas pertenencias y mercancías a mi casa de Estepa. –fueron éstas, las primeras palabras que le oí decir a tan ilustre caballero, dirigiéndose a uno de los del grupo que hablaba con él.
-Conozco a varios hombres que al punto pueden cumplir el encargo de vuestra señoría. –contestó el otro.
Al oír yo el nombre de Estepa, mis oídos abriéronse de par en par, y mi curiosidad fue mucha. […] -¡Señor! –Le dije tocando su brazo en demanda de atención-, conozco al hombre que puede llevar vuestras mercancías al lugar donde decís; es el mejor arriero de Sevilla, y sus mulas son con justeza las más esforzadas y ejercitadas en estas faenas.
Sorprendido, el joven caballero volvió su cara poblada por una barba no muy longa y bien cuidada, y extrañado por la viveza y desenvoltura de mis palabras, sonrióme levemente diciendo: -¿Quién eres tú muchacho? ¡Compláceme oírte, habla!
-Cristóbal de Montesinos me llamo señor, soy sobrino del arriero del cual os hablo, y nací hijo de cristianos viejos en el castillo de la villa de Estepa, de donde también es mi tío. -contesté nervioso, pero decidido-.
Sin dar tiempo a que el caballero reaccionara lanzándome otra pregunta, me apresuré a decir todo de corrido: -Mis padres estaban al servicio de un señor muy principal de la Orden de Santiago, -que Dios tenga en su gloria- en cuya casa de la calle de la Vía Sacra detrás del Alcázar, nací yo, y a la muerte de éste mis padres vinieron a Sevilla muriendo ambos al poco de llegar aquí. Desde entonces vivo solo, y ahora busco trabajo o el amparo de un señor al que servir.
-Bien expresado está, y en verdad pareces culto,-contestó el hidalgo- y cierto parece cuanto dices. Bien conocí al tal caballero del que hablas, y sé donde hallábase su casa; y ya que eres de la villa de Estepa, igual me da quien lleve las mercancías a mi casa, pero pláceme y más conveniente creo que sea tu tío y no otro, quien haga el dicho trabajo.
-Entonces señor, si me dais vuestra licencia, -dije complacido- más de diez minutos no han de pasar en traer ante vos a mi tío para que le ordenéis lo que deseáis, y os aseguro que seréis bien servido en lo que pedís.
-Cristóbal de Montesinos me llamo señor, soy sobrino del arriero del cual os hablo, y nací hijo de cristianos viejos en el castillo de la villa de Estepa, de donde también es mi tío. -contesté nervioso, pero decidido-.
Sin dar tiempo a que el caballero reaccionara lanzándome otra pregunta, me apresuré a decir todo de corrido: -Mis padres estaban al servicio de un señor muy principal de la Orden de Santiago, -que Dios tenga en su gloria- en cuya casa de la calle de la Vía Sacra detrás del Alcázar, nací yo, y a la muerte de éste mis padres vinieron a Sevilla muriendo ambos al poco de llegar aquí. Desde entonces vivo solo, y ahora busco trabajo o el amparo de un señor al que servir.
-Bien expresado está, y en verdad pareces culto,-contestó el hidalgo- y cierto parece cuanto dices. Bien conocí al tal caballero del que hablas, y sé donde hallábase su casa; y ya que eres de la villa de Estepa, igual me da quien lleve las mercancías a mi casa, pero pláceme y más conveniente creo que sea tu tío y no otro, quien haga el dicho trabajo.
-Entonces señor, si me dais vuestra licencia, -dije complacido- más de diez minutos no han de pasar en traer ante vos a mi tío para que le ordenéis lo que deseáis, y os aseguro que seréis bien servido en lo que pedís.
-De aquí no he faltar, y no tardes, pues es menester y me urge sacar las mercancías de los almacenes del puerto y acarrearlas hasta Estepa cuanto antes. –contestó."
-Y en cuanto a ti, -prosiguió diciendo- si andas buscando trabajo, lo has de tener si quieres acompañar a tu tío ayudándole en el viaje, que yo bien sabré pagar los maravedíes que te correspondan al llegar a la villa de Estepa, y una vez allí, habré de decirte si deseas aceptar la oferta que te haré, pues tengo proyectos que he de llevar a cabo el año próximo Dios mediante, y necesito a mi servicio un criado como tú, que me acompañe.
Maravillados quedaron los hombres que estaban con el caballero al ver la diligencia y rapidez con que resolvióse la demanda de éste, por mi mediación.
¡Pero loado sea Dios! Que más contento que unas pascuas quedé yo al escuchar de labios de aquél señor, que por fin tenía trabajo y proyectos para el futuro al lado de tan buen hidalgo.
-No ha lugar a llegar a Estepa para aceptar señor, pues si vos deseáis tomarme a vuestro servicio como criado, al punto habéis de saber que ya lo soy desde este momento. -me apresuré a contestar, feliz por haber hallado al fin lo que tanto ansiaba-.
-Eres joven aún, pero gústanme tus maneras y diligencia. Y como te hallas huérfano no te has de despedir de nadie. Así pues, mañana muy temprano después de cargar en el puerto, habréis de salir para Estepa en donde ya quedarás en mi casa y a mi servicio, preparando cuanto es menester para embarcarnos y pasar a las Indias dentro de un año. Apremia pues Cristóbal y ve a la casa donde vives, y sin demorar más, recoge tu equipaje. –dijo el caballero y recién estrenado señor.
-Eres joven aún, pero gústanme tus maneras y diligencia. Y como te hallas huérfano no te has de despedir de nadie. Así pues, mañana muy temprano después de cargar en el puerto, habréis de salir para Estepa en donde ya quedarás en mi casa y a mi servicio, preparando cuanto es menester para embarcarnos y pasar a las Indias dentro de un año. Apremia pues Cristóbal y ve a la casa donde vives, y sin demorar más, recoge tu equipaje. –dijo el caballero y recién estrenado señor.
- Ni lo uno ni lo otro tengo, mi señor -contesté-, pues son mi casa los zaguanes y patios ajenos, y todo mi equipaje, las raídas ropas que aquí veis sobre mi cuerpo; así que estoy presto para seguiros cuando vos mandéis.
- Bien está así, y no se ha de hablar más -contestó-, busca pues a tu tío que yo he de irme ahora, pero ven luego con él a la Plaza de San Francisco que allí estaré en la casa que hay lindando con el convento, y pregunta por el Licenciado don Juan de Torres, que así me llamo.
- Bien está así, y no se ha de hablar más -contestó-, busca pues a tu tío que yo he de irme ahora, pero ven luego con él a la Plaza de San Francisco que allí estaré en la casa que hay lindando con el convento, y pregunta por el Licenciado don Juan de Torres, que así me llamo.
Salté, brinqué y di más de mil cabriolas cuando me alejé de allí, del contento que sentía mi alma por el nuevo destino que a mi vida venía, y sobre todo, porque aquél señor haría realidad mis tan ansiados sueños de viajar y conocer el Nuevo Mundo.
Pero antes, no quise pasar por la Catedral sin entrar en ella para dar gracias a Nuestro Señor por el bien que me había enviado aquella mañana. Y así lo hice.
Luego, tras buscar por allí a mi tío, no lo hallé y me fui al puerto, donde lo encontré en procura como siempre, del preciado y duro trabajo que le permitía subsistir a él y a su familia; que no era otra mas que su mujer, y las acémilas de su recua. […] Montamos los dos a lomos de su mula más noble, y entrando a la ciudad por la Puerta del Arenal, continuamos camino dejando a la derecha la Catedral, dirigiéndonos a la Plaza de San Francisco donde estaba el convento del mismo nombre, y junto a él, la casa en la que se alojaba el que ya era mi señor.
La hermosa y amplia plaza es un cuadrilongo, y ya desde antiguos tiempos y hasta estos días, era y es, teatro de grandes espectáculos de toda especie, pues en ella se han celebrado corridas de toros, torneos y juegos de cañas, máscaras y autos de fe del Tribunal del Santo Oficio, así como justicias y grandes funciones religiosas de mucha pompa y boato. […] Por fin llegamos a la gran casa que lucía unas robustas y elegantes columnas de piedra en la portada, y grandes ventanales y balcones protegidos por bellas rejas de hierro forjado. Entramos en el zaguán, y como la puerta hallábase cerrada, tiramos de una cadena que pendía y oímos sonar una campana en el patio interior.
Pero antes, no quise pasar por la Catedral sin entrar en ella para dar gracias a Nuestro Señor por el bien que me había enviado aquella mañana. Y así lo hice.
Luego, tras buscar por allí a mi tío, no lo hallé y me fui al puerto, donde lo encontré en procura como siempre, del preciado y duro trabajo que le permitía subsistir a él y a su familia; que no era otra mas que su mujer, y las acémilas de su recua. […] Montamos los dos a lomos de su mula más noble, y entrando a la ciudad por la Puerta del Arenal, continuamos camino dejando a la derecha la Catedral, dirigiéndonos a la Plaza de San Francisco donde estaba el convento del mismo nombre, y junto a él, la casa en la que se alojaba el que ya era mi señor.
La hermosa y amplia plaza es un cuadrilongo, y ya desde antiguos tiempos y hasta estos días, era y es, teatro de grandes espectáculos de toda especie, pues en ella se han celebrado corridas de toros, torneos y juegos de cañas, máscaras y autos de fe del Tribunal del Santo Oficio, así como justicias y grandes funciones religiosas de mucha pompa y boato. […] Por fin llegamos a la gran casa que lucía unas robustas y elegantes columnas de piedra en la portada, y grandes ventanales y balcones protegidos por bellas rejas de hierro forjado. Entramos en el zaguán, y como la puerta hallábase cerrada, tiramos de una cadena que pendía y oímos sonar una campana en el patio interior.
Al poco tiempo abrióse una pequeña portezuela o mirilla dejando ver tras ella el rostro serio de un criado. - ¿Que queréis vosotros? -preguntó malencarado.
-Decidle al señor don Juan de Torres que lo busca su sirviente Cristóbal de Montesinos.–contesté.
-Decidle al señor don Juan de Torres que lo busca su sirviente Cristóbal de Montesinos.–contesté.
Yo me sentí importante al nombrar a mi señor, y tuve un gesto arrogante ante el hombre aquél, levantando más de lo que es normal mi cabeza al anunciarme como criado de don Juan.
Esperamos hasta que se abrió el postigo y pasamos luego tras el lacayo hasta un hermoso patio sevillano que tenía una bellísima fuente de mármol blanco en el centro, llena de graciosos surtidores que vertían el agua dejando caer los chorros en las tazas, creando así un refrescante chapoteo agradable a los oídos, salpicando las pequeñas gotas en un suelo lleno de macetas con bellas y variadas flores, y claveles rojos y blancos que daban tal fragancia al aire, que más me pareció olor venido del mismo paraíso. […] Tras ser avisado, bajó mi señor don Juan por las escalinatas centrales del dicho patio, y acordó con mi tío la hora y el lugar adonde habrían de recogerse las mercancías. Al mismo tiempo, le dio una bolsa con la mitad del dinero acordado como precio del porte, y cuya segunda parte le entregaría cual pago final, una vez que hubiese llegado la carga a su destino. […] Así quedó acordado, y allí nos despedimos. Pero antes de marcharnos, como intuyó al estado lamentable y ruinoso en el que me hallaba, sacó la bolsa y alargó su mano dejando en la mía las primeras monedas que en mi vida ganaba honradamente. La emoción que en esos momentos sentí por tan generoso gesto, ablandó mi joven y ya curtido corazón, y mis ojos se humedecieron con las lágrimas que hacía muchos años que no derramaba. Al tiempo que tomé las monedas, y aprovechando su descuido, raudamente besé agradecido la mano de don Juan de Torres. El ósculo quedó así dado en su mano, mas mi señor, sorprendido, retiróla enérgicamente, y con gesto serio pero con serena mirada, díjome:
-Apresta bien tus oídos, Cristóbal, y atiende a lo que voy a decirte.
Esperamos hasta que se abrió el postigo y pasamos luego tras el lacayo hasta un hermoso patio sevillano que tenía una bellísima fuente de mármol blanco en el centro, llena de graciosos surtidores que vertían el agua dejando caer los chorros en las tazas, creando así un refrescante chapoteo agradable a los oídos, salpicando las pequeñas gotas en un suelo lleno de macetas con bellas y variadas flores, y claveles rojos y blancos que daban tal fragancia al aire, que más me pareció olor venido del mismo paraíso. […] Tras ser avisado, bajó mi señor don Juan por las escalinatas centrales del dicho patio, y acordó con mi tío la hora y el lugar adonde habrían de recogerse las mercancías. Al mismo tiempo, le dio una bolsa con la mitad del dinero acordado como precio del porte, y cuya segunda parte le entregaría cual pago final, una vez que hubiese llegado la carga a su destino. […] Así quedó acordado, y allí nos despedimos. Pero antes de marcharnos, como intuyó al estado lamentable y ruinoso en el que me hallaba, sacó la bolsa y alargó su mano dejando en la mía las primeras monedas que en mi vida ganaba honradamente. La emoción que en esos momentos sentí por tan generoso gesto, ablandó mi joven y ya curtido corazón, y mis ojos se humedecieron con las lágrimas que hacía muchos años que no derramaba. Al tiempo que tomé las monedas, y aprovechando su descuido, raudamente besé agradecido la mano de don Juan de Torres. El ósculo quedó así dado en su mano, mas mi señor, sorprendido, retiróla enérgicamente, y con gesto serio pero con serena mirada, díjome:
-Apresta bien tus oídos, Cristóbal, y atiende a lo que voy a decirte.
–y continuó.
-Sólo si el mismísimo Jesucristo bajara del cielo, bien harías en besar sus heridos pies; mas nunca a un hombre las manos, si no son las de tus padres.
Bien aprendí ese día tan ejemplar enseñanza de mi señor, que no olvidé de ningún modo, a lo largo de mi vida. Fue ésta, la primera y última vez que lo hice; pues nunca más lo permitió su hidalguía, y yo, jamás lo intenté, después de oír sus palabras."
Bien aprendí ese día tan ejemplar enseñanza de mi señor, que no olvidé de ningún modo, a lo largo de mi vida. Fue ésta, la primera y última vez que lo hice; pues nunca más lo permitió su hidalguía, y yo, jamás lo intenté, después de oír sus palabras."
Interesante anticipo, que instala al lector en un sitio y un tiempo fuertemente dibujados con la palabra. Tiempo y sitio que intuyo se mudarà para los tramos subsiguientes y que me gustaria conocer en su momento.
ResponderEliminarel comentario que antecede va de de la ciudad de Corrientes (Argentina), hermana de Estepa.
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