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La Jaén del olivar inmenso, tuvo la dicha, cual la más agraciada y feliz de las mocitas, de engendrar en su interior, y parir luego al más grande de los hijos que la madre Andalucía tuviera: su río. Y el feliz parto llegó, allá por los años en que la memoria del tiempo se pierde, y a intrépidos borbotones, nació orgulloso y feliz.
Y es en Cazorla, donde el bosque de los bosques, lleno de belleza, ve con asombro cómo el recién nacido, su hijo, comienza el torpe y titubeante andar de sus primeros pasos.
Y sigue su cauce lento, y así, va despacito, se va impregnando del verde del pino, del campo y el olivo que Jaén le aporta, tomando después más adelante el blanco de la espuma del mar, la cal de los pueblos andaluces, y la sal de Cádiz, para ofrecérselo luego a su madre Andalucía, que tomando ambos colores; el verde y el blanco, los abrazará como atributos que adornen y formen su bandera.
Pero ahora, el río, en su caminar pausado por entre los campos, se va adentrando en las tierras del antiguo Califato de Córdoba. Y ahí se quiere quedar para siempre, en esa vieja, culta y tolerante ciudad, crisol donde un día se fundieron religiones y culturas que nos legaron hombres sabios, filósofos y médicos, poetas y pintores.
Pero no es posible; sus aguas no pueden pararse; el curso del río, igual que la vida, ha de continuar.
Y aún así, rezagado y zigzagueante, traza meandros, se agarra a sus orillas para no seguir avanzando, aferrándose a los viejos pilares de piedra del puente romano, donde el viento, al pasar por sus arcos le susurra al oído, muy bajito, los rumores que se oyen de cuadrigas y legiones que trajinando sobre él, lo atraviesan constantemente para acometer las campañas guerreras que por aquí mantuvieron César y Pompeyo.
Más tarde, siglos después, ese mismo puente recuerda los murmullos que se oían cuando unas veces, con todo el boato oriental, el Califa y su séquito lo cruzaban en tiempos de paz. Así mismo, en otras ocasiones por él atravesaban las huestes guerreras de los príncipes árabes entrando y saliendo de la bella ciudad, para defenderla batallando contras las tropas cristianas que se afanaron siempre en recuperarla del dominio y señorío de los Omeyas.
¡Cuán bella historia, tiene esta ciudad de los Califas!
Interior de la Mezquita
Por ello, no quiere el río dejar atrás a Córdoba, y remolonea en los tranquilos meandros y remansos del lecho, porque quiere disfrutar del merecido descanso que le brinda este oasis de paz en el camino: La Mezquita árabe de ayer, con su grandioso bosque de columnas que cual palmeras, asemejan un gran oasis espiritual; hoy Catedral de la cristiandad.
Aquí, convivieron fundidas en este suelo devociones y sabidurías, y fue en Andalucía, donde la tolerancia hizo posible esa coexistencia entre razas, culturas y religiones.
Por esa razón, y por esa grandeza, fue también aquí donde la oración a Dios se elevaba igual y a un mismo tiempo, desde la mezquita, la iglesia o la sinagoga. Y eso, dignifica a ésta, nuestra tierra de la vieja Al-Andalus y a los hombres que la habitaron y en ella pusieron sus pies, desde los más remotos tiempos de la Historia.
A veces, el ciudadano, en los comportamientos de algunos políticos, percibe que eso es así, que ha sido defraudado por la persona pública que sólo y exclusivamente debería de ocuparse de los asuntos que interesan al buen gobierno del Estado y no del abultamiento de su cuenta corriente, como estamos viendo en estos últimos días, en una trama descubierta, en la que están inculpados algunos políticos del Partido Popular, y hace muchos años, con las comisiones del AVE, Filesa etc. Ocurría lo mismo en el Ayuntamiento de Marbella con el “GIL”, y más recientemente, ayer mismo, en el Ayuntamiento almeriense de El Ejido, donde el alcalde y muchos miembros de la Corporación municipal, han sido detenidos por un presunto delito relacionado con el dinero, facturas falsas de trabajos no realizados, subcontratas con facturas "engordadas" con sumas superiores a las reales… siempre el dinero, siempre la corrupción, siempre los tramposos. 

Tras varias indagaciones en viejos tomos y legajos, y gracias a los estudios de los monjes, éstos determinaron con absoluta certeza que la causa de todo aquél extraño suceso, parecía estar en que yo -a juicio del monje aparecido-, profané el sagrado solar, habitando en una casa que había edificado con mis propias manos, sobre las viejas ruinas de un monasterio o iglesia Templaria derruida hacía trescientos años, donde entre sus muros, también había un viejo hospital que daba cobijo, prestaba auxilio y reponía la salud de los peregrinos que por ella pasaban, y que estaba custodiada por monjes guerreros de la Orden del Temple.





