Ya se sabe el dicho popular: “Después de la tempestad, viene la calma”. Ocho meses de tensas relaciones entre España y Venezuela, que llegaron a su fin el viernes día veinticinco con el encuentro mantenido en Palma de Mallorca entre los dos personajes protagonistas de la batalla dialéctica: el callador, y el que no se calla ni debajo del agua, o sea, y respectivamente; el rey don Juan Carlos I el “travieso”, y don Hugo Chávez, el “bravo”.
Desde aquél “¡Por qué no te callas!” de la Cumbre Hispanoamericana que dijera Juan Carlos, hasta este “¿por qué no nos vamos a la playa?” que entre bromas y risas le ha dicho Chávez, hemos tenido que soportar España y los españoles toda clase de vituperios por parte del mandado a callar y sus conciudadanos. Y ahora, parece que ya no hubiera pasado nada. Pues a mí, aún no se me han olvidado las burlas de Chávez hacia el rey de España calificándolo de “toro bravo”, cuando todos sabemos aquí, cual es el sinónimo de toro, si se expresa en plan poco afectivo, despectivamente y con sarcasmo. Ni tampoco se me olvidan los insultos a todo lo que se movía por Venezuela, y que olía a español, ni las solapadas y astutas amenazas contra las inversiones e intereses españoles radicados en aquél país: empresas, bancos, petroleras etc. En aquella ocasión el señor Chávez y sus más incondicionales correligionarios, se encargaron de calentar bien el ambiente y tensar al máximo la cuerda que pudo romperse como siempre, por la parte más endeble; los ciudadanos españoles residentes en aquél país.
¡Vaya hombre! Ahora parece que ya no ha pasado nada. Borrón y cuenta nueva. Aquí paz y luego gloria. Donde dije digo, digo Diego.
Desde luego es mejor así, y nunca debe haber tensiones ni encontronazos con países hermanos de lengua y casi de sangre, como lo son todos los hispanoamericanos.
Chávez es un gran hablador que mortifica a los venezolanos con un programa que se llama “Aló, presidente” en el que para castigo de la concurrencia oyente, usa su perorata verborréica, que llega a durar horas (más, o casi igual que los discursitos de su amigo Fidel) y claro está, como dice otro refrán popular; quien mucho habla, mucho yerra.
Y el ínclito y exaltado don Hugo, habla hasta por los codos.
Aunque a veces resulta popular, o mejor, populista y hasta simpaticón, la metralla que sale de su vocablo a veces también insultante, llega a hacer considerables daños no físicos, por fortuna, sino morales.
El otro día, en una entrevista que le hicieron en la televisión, unas frases suyas me llamaron la atención por su contenido poco o nada reflexionado, y aún menos comedido: “El rey es un señor muy travieso” -dijo-, y agregó esta otra perlita de gran valor; “Al rey le salen gratis los insultos”. Más traviesillo que usted, señor Chávez, creo que hay pocos. Y en lo referente a la gratuidad de los insultos, ¿paga usted algunos de los que hace o dice?
Donde las dan las toman, y usted, hermano de lengua… -voraz-, ha hecho muchas y no ha pagado ninguna. Y a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga, y que allá donde vaya, lleve usted tanta tranquilidad como la paz que aquí deja.
Haya paz, señor Chávez. Y ya que se lo ha pasado tan ricamente con el rey en Mallorca entre risas y bromas, olvidemos lo pasado… y pelillos a la mar, que no está el horno –mundial-, para bollos, porque en boquita cerrada, no entran moscas.
Que así sea, per ómnia secula securorum.
Desde aquél “¡Por qué no te callas!” de la Cumbre Hispanoamericana que dijera Juan Carlos, hasta este “¿por qué no nos vamos a la playa?” que entre bromas y risas le ha dicho Chávez, hemos tenido que soportar España y los españoles toda clase de vituperios por parte del mandado a callar y sus conciudadanos. Y ahora, parece que ya no hubiera pasado nada. Pues a mí, aún no se me han olvidado las burlas de Chávez hacia el rey de España calificándolo de “toro bravo”, cuando todos sabemos aquí, cual es el sinónimo de toro, si se expresa en plan poco afectivo, despectivamente y con sarcasmo. Ni tampoco se me olvidan los insultos a todo lo que se movía por Venezuela, y que olía a español, ni las solapadas y astutas amenazas contra las inversiones e intereses españoles radicados en aquél país: empresas, bancos, petroleras etc. En aquella ocasión el señor Chávez y sus más incondicionales correligionarios, se encargaron de calentar bien el ambiente y tensar al máximo la cuerda que pudo romperse como siempre, por la parte más endeble; los ciudadanos españoles residentes en aquél país.
¡Vaya hombre! Ahora parece que ya no ha pasado nada. Borrón y cuenta nueva. Aquí paz y luego gloria. Donde dije digo, digo Diego.
Desde luego es mejor así, y nunca debe haber tensiones ni encontronazos con países hermanos de lengua y casi de sangre, como lo son todos los hispanoamericanos.
Chávez es un gran hablador que mortifica a los venezolanos con un programa que se llama “Aló, presidente” en el que para castigo de la concurrencia oyente, usa su perorata verborréica, que llega a durar horas (más, o casi igual que los discursitos de su amigo Fidel) y claro está, como dice otro refrán popular; quien mucho habla, mucho yerra.
Y el ínclito y exaltado don Hugo, habla hasta por los codos.
Aunque a veces resulta popular, o mejor, populista y hasta simpaticón, la metralla que sale de su vocablo a veces también insultante, llega a hacer considerables daños no físicos, por fortuna, sino morales.
El otro día, en una entrevista que le hicieron en la televisión, unas frases suyas me llamaron la atención por su contenido poco o nada reflexionado, y aún menos comedido: “El rey es un señor muy travieso” -dijo-, y agregó esta otra perlita de gran valor; “Al rey le salen gratis los insultos”. Más traviesillo que usted, señor Chávez, creo que hay pocos. Y en lo referente a la gratuidad de los insultos, ¿paga usted algunos de los que hace o dice?
Donde las dan las toman, y usted, hermano de lengua… -voraz-, ha hecho muchas y no ha pagado ninguna. Y a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga, y que allá donde vaya, lleve usted tanta tranquilidad como la paz que aquí deja.
Haya paz, señor Chávez. Y ya que se lo ha pasado tan ricamente con el rey en Mallorca entre risas y bromas, olvidemos lo pasado… y pelillos a la mar, que no está el horno –mundial-, para bollos, porque en boquita cerrada, no entran moscas.
Que así sea, per ómnia secula securorum.
Amén.
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