EL TIEMPO EN ESTEPA

EL TIEMPO: PREVISIÓN METEOROLÓGICA PARA ESTEPA

lunes, 27 de abril de 2009

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CONSEJO DE GUERRA DEL REY FERNANDO EL CATÓLICO EN LA PEÑA DE LOS ENAMORADOS, PARA DECIDIR SOBRE LA TOMA DE LOJA
* * * * * * * * * * * *Dominando la ciudad, el castillo-alcazaba de Loja
Ya se ha dicho en el anterior escrito hablando de su leyenda, que a ese enorme macizo rocoso que hay entre Antequera y Archidona que se divisa desde muchas leguas por los alrededores, se le conoce como “La Peña de los Enamorados”
En ese lugar, al pie de una cordillera de grandes montañas, se extiende la llana y fértil vega de Antequera, y ahí, al lado de la Peña de los Enamorados a orillas del río Guadalhorce, el rey Fernando el Católico convocó a su ejército para celebrar un Consejo de Guerra en el que tratar la estrategia a seguir para tomar la fortaleza de Loja, establecida en un lugar muy estratégico para la defensa de las tierras granadinas de dominio Nazarí, gobernadas por su rey Boabdil “El Chico”.
Una vez franqueado el paso natural de las montañas y sierras entre las que se halla enclavada Loja, y conquistado su castillo, el objetivo del rey Fernando de Aragón era avanzar con sus huestes hacia el asedio y asalto final que llevaría a las tropas cristianas a arrebatar al moro el reino de Granada, que era ya, el último bastión del dominio árabe que perduraba en la península ibérica.
Sobre este pasaje de la Historia de España, dicen las crónicas que en el mes de mayo, el ejército cristiano quedó acampado al pie de la Peña de los Enamorados, en una extensa pradera en las márgenes del río Guadalhorce.
Los cuarteles de los caballeros de la nobleza se establecieron por separado, y en cada uno de ellos, sobre las tiendas de nobles y vasallos, se alzaban gallardamente los estandartes y pabellones que ondeaban coronados por las banderas.
Todos los cuarteles estaban equipados con abundantes pertrechos y municiones de guerra, y los alrededores eran custodiados por arqueros y soldados pertrechados con hachas y otras armas. Los hombres bañaban y refrescaban los caballos en el río, a la vez que se ocupaban de otros preparativos y menesteres. En derredor y por todo el campamento, se encendían buenos fuegos a la caída de la tarde, cuando el crepúsculo comenzaba a dar paso a las sombras de la oscuridad, y entonces, se oía a la soldadesca entonar alegres canciones recordando lejanas tierras y amores.
Dominando todo el campamento y situado sobre una colina, hallábase montado el amplio y magnífico pabellón real, sobre el que ondeaba el pendón de Castilla y Aragón, junto al santo estandarte de la cruz.
En la real tienda, se reunieron con el don Fernando en consejo de guerra los principales nobles y capitanes, pues tenían noticias de que el rey Boabdil había arremetido contra Loja con un poderoso refuerzo militar. Allí, tras debatir lo que más convenía a la marcha de la guerra, acordaron los caballeros junto al rey, sitiar la ciudad por dos frentes a la vez, y decidieron que un ejército debería apoderarse de la peligrosa y dominante cumbre del Santo Alboacén, que está frente a la población, a la vez que el resto de las huestes, sentarían sus reales en el lado opuesto, para completar el cerco.
Una vez decidida la estratagema de ataque, uno de los más vigilantes jefes del ejército cristiano; el valeroso don Rodrigo Ponce de León marqués de Cádiz, reclamó para él ocupar el puesto de mayor riesgo para recuperar aquella peligrosa altura, plantar allí sus tiendas y vengar la muerte de su bravo compañero el Maestre de Calatrava, caído en resguardo de su fama. Dicho marqués pidió al rey autorización para dirigir el avance y asegurar el dominio de la colina, comprometiéndose a detener a las tropas moras hasta que el resto del ejército cristiano ocupara su sitio al lado opuesto de la ciudad. Don Fernando concedió complacido tal permiso, a la vez que accedía también a los ruegos del conde de Cabra que solicitaba real venia para que lo admitiese en el número de los atacantes.
Antes que el sol con sus rayos comenzara a diluir la negrura de la noche, el marqués de Cádiz y el resto de los nobles caballeros compañeros de armas, deseosos de chocar con el enemigo, levantaron las tiendas y marcharon raudos al frente de sus huestes compuestas por cinco mil jinetes y doce mil soldados de infantería, atravesando sinuosos terrenos abundantes en desfiladeros, cañadas y montes, para adueñarse de la colina de Alboacén, antes que el rey llegase con el grueso del ejército para ayudarlos.
Alcazaba de Loja, y al fondo, el valle y la ciudad entre montañas.

La fortaleza de Loja está en lo alto de una colina elevada que guarda y protege el valle, situada entre dos grandes montañas de sierra que conforman el paso natural de entrada a la ciudad de la Alhambra; por lo que siempre se denominó a Loja como la puerta y llave de Granada. Para poder llegar las tropas a la cima de Alboacén, antes habían de pasar por senderos abruptos y escabrosos, y por el valle que hay entre las dos elevaciones montañosas, por el cual discurre el cauce del río Genil y otros canales y acequias de agua con las que regaban los moros sus tierras y huertas.
Hubieron de pasar grandes apuros, y llegaron a estar en peligro de ser desbaratadas las tropas por el enemigo, antes de conseguir llegar a su objetivo. El conde de Cabra con su habitual arrebato de furia, se esforzó en cruzar el valle desafiando las dificultades y estorbos, pero se encontró pronto en aprietos enredado con su caballería en medio de los canales, mas su impaciencia no le permitió echar atrás sus pasos para hallar otra senda más cómoda y memos tortuosa.
Las demás tropas atravesaron lentamente el valle por un lugar distinto y con ayuda de pontones, a la vez que el marqués de Cádiz, don Alfonso de Aguilar y el Conde de Ureña que conocían mejor el terreno por la experiencia de su primera campaña, dieron un rodeo por el fondo del barranco, y subieron después extendiendo sus escuadrones, levantando sus estandartes sobre la temible avanzada que años atrás en el primer intento de asedio y conquista, se vieron en la necesidad de abandonar con tanto pesar.
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Y el castillo de Loja, e importantes fortalezas como Alhama, Illora, Montefrío y otras, fueron tomadas facilitándose con ello el paso de las tropas de los Reyes Católicos por aquellos territorios, en su imparable marcha para conquistar el reino de Granada, entrando en ella tras su asedio, el día 2 de enero de 1492.

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