EL TIEMPO EN ESTEPA

EL TIEMPO: PREVISIÓN METEOROLÓGICA PARA ESTEPA

jueves, 23 de abril de 2009

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- SEGUNDA PARTE -

"La Partida de los Guerras"


(En la primera parte, les hice una breve semblanza o reseña de la actividad literaria y periodística del escritor don Antonio Álvarez Chocano. Hoy les transcribo textualmente un fragmento de su novela “El Relicario”, donde con la gran maestría que cultivaba, se ocupa de la descripción de la Partida de caballistas antes mentada).
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“Los que han escrito la historia del glorioso alzamiento español de 1808, hablaron de nuestras campañas y de la multitud de guerrilleros, que brotó este suelo clásico del patriotismo, del valor y de la constancia; pero ninguno ha hecho mención de la partida de los Guerras, con la que tal vez ninguna otra guerrilla pueda compararse en su agilidad, en su destreza personal, en su osadía, en su sabia táctica.


En su admirable y nunca desmentida habilidad se estrellaron el valor y la pericia de las tropas imperiales. Diez y ocho hombres montaron a caballo, al ocupar los franceses la Andalucía. Los mismos estaban, cuando salieron de ella, y huyeron a Francia. Ni uno fue muerto; ni uno fue cogido; y no se pueden contar los choques, siempre funestos a los veteranos del imperio, que sostuvieron aquellos valientes españoles, cuyos nombres deben pasar a la posteridad.

Miguel Hidalgo, que fue el comandante, Diego, su hermano, Juan Bermudo, Pedro Caro, Rodríguez el bolero, Copete (a) Coronilla, el Cordobés, Carpo López, Luís López, Francisco, Pedro y José Quirós, Juan, Francisco y José Guerra, y otros tres eran los individuos de esta partida, naturales del Rubio y de Estepa, y uno del pueblo de Miragenil, que es hoy un barrio de la villa, que se llamó Puente de Don Gonzalo, y que por el necio prurito de innovar, hace algunos años, que se vio privada de su nombre histórico, dándosele el de Puente-Genil.
Daremos alguna idea de su manera de pelear.



Vestían al uso del país; calzón corto, faja encarnada, botín y zapato de becerro, zamarra de lana larga, sombrero calañés. Montaban ligerísimos y arrogantes caballos, en que llevaban dos escopetas, sable, cuyo manejo aprendieron, cuchillo, pistola y canana corrida. Todos muy buenos jinetes, todos excelentes tiradores, conociendo los caminos, veredas, lindes y padrones del país, y teniendo los caballos acostumbrados a saltar arroyones, barrancos y vallados. Siempre se reservaron de la infantería, para evitar sus descargas; pero en viendo caballería, no consultaban el número de enemigos. Unas veces salían uno o dos de la partida a dar la cara y atraer a los franceses a donde esperaban los demás: otras veces salían desde luego todos. Jamás comenzaban acometiendo: se presentaban, para ser acometidos. Esperaban, cada cual con una escopeta en la mano, y la otra colgada. Todos enalados dejaban a los franceses acercarse hasta una distancia conveniente; y entonces disparaban; revolviendo enseguida los caballos, y huyendo, sin desordenarse. A la carrera cargaban las escopetas, que habían vaciado. Contenían a los caballos, para ir dando lugar a que los franceses ganaran terreno, y se aproximaran a la distancia que antes, y a una voz del comandante, volvían caras, y hacían otro disparo; continuando de esta manera matando franceses, hasta que éstos, convencidos de que era imposible alcanzarlos, hacían alto y los Guerras paraban también.

Daba que pensar a los franceses aquél conflicto. Si avanzaban, morían, sin conseguir llegar a ellos; si paraban, morían; porque tiraban los Guerras a la masa, sin errar un tiro. Por último se retiraban los franceses; y los Guerras iban cargándolos a la distancia conveniente. Acobardados aquellos, huían a la desbandada; y los Guerras comenzaban a cortar a los que iban quedándose atrás, haciendo una matanza horrible. No había recurso alguno para librarse de esta sabia táctica. Lo único que pudieran haber adoptado los franceses era el fuego a caballo; pero los Guerras tomarían entonces mayor distancia, para librarse de las carabinas, con las cuales el soldado de caballería no acierta un tiro, y con las escopetas los habrían apuntado muy bien. Cuando a Coronilla le recibieron confesión en la cárcel de Sevilla a consecuencia de una intriga, que se puso en juego después de la guerra para proteger a los Niños de Écija, cuya persecución se había encargado a los Guerras, que volvieron a formar partida; al hacerle cargo de haberse hallado en la muerte de un español, no se defendió desmintiéndolo, sino alegando un servicio; y afirmó que podía justificar, haber matado por su mano ochenta y cinco franceses. Si así fue, no tenía Francia caballería para cien partidas como la de los Guerras.

Si éstos hubieran sido franceses, ¡cómo habría resonado, no el clarín de la fama, sino toda una trompetería! Pero tenían la gloria y la desgracia de ser españoles, de ser de la patria de los héroes pobres y perseguidos; y Coronilla murió en presidio, y los otros fueron muriendo acomodados de guardas en los cortijos y caserías, cuando cada uno merecía una faja de general, o si esto no por falta de conocimientos, otro puesto, con el que se premiase su mérito; pero el hombre, que tales prodigios hace, sin estar en carrera; sin esperar grados y sueldos; sin llevar otro objeto que matar enemigos de su patria, merece mucho, para el que sabe apreciarlo”.

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